Traducimos, con permiso del autor del texto y de la fuente de las fotos, un artículo aparecido originariamente en la publicación ‘Tolkien Studies 7’ y que recientemente el autor ha adaptado para su propia página web. El autor tan sólo nos ha pedido que incluyamos su dedicatoria inicial además del artículo, así como un link aProject Muse versión online, donde se pueden consultar los contenidos de los volúmenes de «Tolkien Studies»
Puedes consultar el artículo original en la página de John Garth
John Garth es investigador, autor de «Tolkien and the Great War» (‘Tolkien y la Gran Guerra), dedicado al impacto de la I Guerra Mundial en la vida del autor, en proceso de traducción al francés, alemán e italiano.*
Una ‘saludable lección’ en su juventud enseñó a Tolkien que los cuentos de hadas no son sólo para niños, ni tampoco principalmente para ellos. Aquí desvelo el quién, el dónde y el cuándo.
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Los manuscritos de la conferencia fuertemente inspiradora de “Tolkien: sobre los cuentos de hadas» incluyen una impactante anécdota, en la cual este gran defensor de Faërie, el autor, recuerda haber sido puesto en su sitio por un niño pequeño que hacía gala de una mente completamente científica. Es una anécdota entretenida, pero sugeriría que es más que eso: identifica un momento en la vida del autor que sintetiza para él, incluso treinta años más tarde, la idea definitoria tras su legendarium: que los cuentos de hadas no son solamente o principalmente para niños. En este estudio no sólo se revela el nombre del niño, sino que también se facilitan fotografías del niño y el jardín, mientras se ofrecen algunas ideas sobre la fecha del incidente.
La anécdota aparece entre las páginas escritas por J.R.R. Tolkien cuando estaba revisando y ampliando su conferencia sobre Andrew Lang de 1939, para ser incluída en ‘Essays Presented to Charles Williams’, que se publicó en 1947. Sin embargo, el pasaje mismo fue eliminado por el autor y no queda rastro de él en “Sobre los cuentos de hadas”. Apareció finalmente en la edición de Verlyn Flieger y Douglas A. Anderson de 2008 del texto, que incluye los fascinantes y extensos borradores de lectura de Tolkien.
Tolkien introduce el incidente para ilustrar por qué los cuentos de hadas no deben ser elaborados especialmente para niños, ni en tono ni en contenido. “No nos permitamos escribir sólo para ellos, ciertamente no de forma paternalista para ellos,” advierte: los niños lo suficientemente mayores como para disfrutar de un cuento de hadas ya son también lo suficientemente mayores para saber cuándo estamos siendo condescendientes con ellos. “Los niños prefieren la conversación adulta – cuando no es infantil en absoluto, excepto en el registro. Pero si se les habla con condescendencia (incluso en registro verbal) es algo que notan mucho más rápido que cualquier adulto…”
Hugh Cary Gilson con ocho años de edad |
Tolkien describe el encuentro como una ‘lección saludable’:
“Me encontraba paseando por un jardín con un niño pequeño. Yo mismo debía tener sólo unos diecinueve o veinte años. Por causa de alguna aberración derivada de mi timidez, probando en busca de un tema de conversación, como un hombre de pesadas botas que entrase en un salón ajeno, mientras paseábamos una amapola se entreabrió y yo pregunté, como un tonto ‘¿quién vive en esa flor?’ Pura insinceridad, por mi parte. ‘Nadie’, respondió el niño. ‘Hay estambres y un pistilo ahí’. Quizá le habría gustado contarme más cosas sobre aquello, pero mi sorpresa, demasiado obvia e innecesaria, había revelado tan claramente que yo era idiota que ni siquiera se tomó la molestia, y se alejó de mí.”
Tolkien no da ninguna pista sobre la ubicación del jardín, y pocas sobre la identidad del pequeño escéptico. Ciertamente, poco más nos puede hacer confiar, más allá de la fe en la veracidad de sus palabras, en que el incidente no sea más que una invención para dar color a su ensayo. Sin embargo, aporta la edad del niño – “cinco años eran pocos para tan buen juicio” – y añade: “El niño, más tarde, se convirtió en botánico”[1]
De hecho la anécdota era perfectamente veraz, y el niño era Hugh Cary Gilson, hermanastro del compañero de clase de Tolkien, Robert Quilter Gilson. Rob fue una figura esencial en la vida de Tolkien: uno de los miembros del círculo íntimo de amigos que se autodenominaban la T.C.B.S., quienes serían los primeros lectores de su naciente mitología. El padre de Rob y Hugh era Robert Cary Gilson, director de la King Edward’s School (Birmingham), quien se había vuelto a casar dos años después de la muerte de su primera esposa en 1907. El jardín era parte del hogar de los Gilson, Canterbury House, que se asentaba en la localidad de Marston Green, unas pocas millas a las afueras de la ciudad.[2]
Amigos: Robert Quilter Gilson (derecha) y Tolkien en 1910 o 1911 |
Conozco todos estos datos porque la madre de Hugh, Marianne Caroline Gilson – la segunda esposa del director, y madrastra de Rob – cuenta la misma historia en unas memorias inéditas que escribió cuando contaba unos noventa años:
“Tolkien era un gran amigo de Rob y nos visitaba con mucha frecuencia. Recuerdo que en una ocasión se llevó a Hugh, que por entonces tenía tres años, a dar un paseo junto a un jardín formal con flores bajas, y cuando volvió me dijo ‘Señora Gilson, su hijo Hugh ha arruinado mi carrera’ – ‘¿Qué tontería estás diciendo, Tolkien?’ (Nos tratábamos por los apellidos siempre, en aquella época) ‘Bueno, me lo he llevado a dar una vuelta a los parterres y le pregunté qué había dentro de las flores, suponiendo que nombraría a las hadas, y él me ha contestado que estambres y pistilos’ Nunca me hubiera imaginado cuán famosas se volverían esas hadas”.[3]
El encuentro, relatado por Marianne Gilson en sus memorias, escritas en 1969 o a posteriori |
Cuando vi por primera vez las memorias de la Sra. Gilson, antes de haber leído “Tolkien: sobre los cuentos de hadas”, sospeché que la historia había surgido después de que Tolkien se hiciera famoso por sus ‘hadas’. Pero después, con dos testigos independientes de la misma, puede darse por confirmada.
Resultó que J.R.R. Tolkien le había relatado esta historia también a otra persona – a su hijo Christopher, quien me contó:
“Tengo un recuerdo perfectamente claro de mi padre contándome esta historia – no era una remembranza que surgiera de repente después de años de estar oculta, sino una huella permanente del suceso. Cierto es que no me dio indicaciones sobre quién era este niño arrogante, pero nunca lo olvidaré contándome lo de ‘Estambres y pistilos’ con un mohín desdeñoso, para retratar el menosprecio en la voz del niño. No sé cuándo ocurrió, pero creo que yo era muy joven, y estoy casi seguro que puede haber sido en el periodo de 1938-40 cuando, debido a la enfermedad, no podía asistir a la escuela y nos íbamos juntos a menudo de expedición botánica”[4]
Las fechas que aporta Christopher Tolkien están, efectivamente, muy cerca del periodo en que su padre habría registrado por escrito la anécdota para utilizarla en su versión expandida de “Sobre los cuentos de hadas”.
La fecha del intercambio de opiniones está mucho menos clara, y aquí el relato de Tolkien parece ser menos fiable que el de Marianne Gilson. Hugh nació el 3 de junio de 1910: si Tolkien hubiera tenido 19 o 20 años, estaríamos hablando de 1911 o 1912, e incluso el niño más precoz no hubiera podido hablar de estambres y pistilos con algo menos de dos años.
Registro de la visita de Tolkien, del 28 de junio al 1 de julio, en el libro de visitas de Canterbury House |
Por otro lado, si Hugh hubiera tenido cinco años, la I Guerra Mundial entraría en la ecuación. En 1915 Rob estaba fuera, recibiendo instrucción militar, y a principios del año siguiente estaba en el Frente Occidental, donde murió el 1 de julio de 1916. Estuvo de permiso en Marston Green el sábado 17 de julio de 1925; Tolkien estaba en el área de Birmingham y podría haber aprovechado la oportunidad para verlo antes de que su propia instrucción militar comenzase el lunes.5 Parece que los dos se vieron sólo una vez más, en el ‘Concilio de Lichfield’ de la T.C.B.S. en septiembre de 1915; Rob invitó a la pandilla a Marston Green pero, aunque hubiesen ido, ¿las amapolas hubieran estado en flor tan avanzado el año?[6]
Por consiguiente, ante dichos datos, parece mucho más plausible que la visita hubiera sucedido en 1913 o 1914, cuando Tolkien y Rob tenían más tiempo libre para verse, y Hugh tenía tres años – como su madre menciona – o acababa de cumplir los cuatro. Sabemos que Tolkien visitó Marston Green el 14 de junio de 1913, y su firma en el libro de visitantes de Canterbury House confirma que también disfrutó de una estancia más larga, del 28 de junio al 1 de julio.[7] Pero podrían haber tenido lugar otras visitas de las que no se conservan registros: Tolkien era un ‘visitante frecuente’ y parece que sólo firmaba cuando se quedaba a dormir.
Precoz: Hugh en su modo horaciano, con su hermanastro Rob en 1913 |
Una carta de su madre dirigida a su padre en marzo de 2013 resulta muy reveladora como indicador del desarrollo intelectual de Hugh en esta etapa:
«Hugh y yo recitamos más de 300 versos de ‘Horacio’ todas las mañanas. Parece que no se cansa nunca de hacerlo. Es por reflejo de mi pronunciación bárbara de los nombres propios que muestra inclinación por llamar a Aunus (‘de la verde Tifernum, señor de la colina de las parras’) ‘Ornamento.’ De algún modo, la correcta pronunciación del italiano no parece adecuada para los “Lays of Ancient Rome”…»[8]
El conocimiento de los estambres y pistilos a la edad de tres años no debería sorprendernos tanto si hablamos de un niño que, algunos meses antes, ya podía tratar con el poema narrativo de 1842 de Lord Macaulay – incluso aunque pronunciara mal algunos de los nombres. Heredó de su padre una increíble capacidad de retener el conocimiento y, más tarde, a ojos de sus propios hijos ‘parecía saberlo todo’, excepto sobre música y cultura popular.
Hagamos una reflexión final sobre la notable afirmación de la Sra Gilson sobre la frase de Tolkien, diciendo que el comentario de Hugh le había arruinado la carrera. Ella se encontraba escribiendo su historia en 1969 o los primeros años 70, cuando Tolkien era ya enormemente famoso como el autor de “El hobbit” y “El señor de los anillos”, así que podría ser comprensible que su memoria le jugara malas pasadas. Seguramente Tolkien no tenía mayor idea que Marianne Gilson en 1913 de que Faërie le daría renombre.
Sin embargo, no me parece imposible que Tolkien le dijese esas palabras, si aceptamos la fecha de final de verano de 1915. Justo antes del estallido de la guerra, experimentó un despertar creativo asombroso, y comenzó a figurar lo que llegaría a ser la Tierra Media, un proyecto que se revelaría como verdaderamente esencial para su identidad. La gran epifanía llegó con una reunión de la T.C.B.S. en Wandsworth, en diciembre de 1914, el ‘Concilio de Londres’, en el cual (como recordaría dos años y medio después) fue consciente por primera vez de la ‘esperanza y ambiciones’ que perdurarían en él:
“Ese concilio supuso para mí, como ya sabes, el hallazgo de una voz para todo lo que tenía dentro, y una tremenda apertura hacia todas las cosas”.[9]
Claramente, no podemos apuntar con estas pruebas hacia una fecha concreta con absoluta certeza. Pero si aceptamos que Tolkien habló sobre la ruina de su carrera, otorgan bastante peso a la idea de que el encuentro con Hugh Gilson en el jardín de Canterbury House tuvo lugar en el verano de 1915. Hemos de destacar que este fue el año en que Tolkien comenzó su primer lexicon de Qenya, detallando su propio mundo faërico en la lengua que inventó para sus residentes. Así que las hadas estaban ya muy presentes en su mente. Lo que es más, el lexicon de Qenya revela que el propio Tolkien tenía una respuesta a quién vivía dentro de la amapola.
Rob Gilson y Tolkien en 1910 o 1911 con los prefectos de la King Edward’s School y el director, Robert Cary Gilson, a cuya diestra se sienta el miembro de la T.C.B.S. Christopher Wiseman |
En el ‘Manuscrito B’ de “Sobre los cuentos de hadas” Tolkien manifiesta que él mismo, cuando era un niño como Hugh, “estaba interesado también en la estructura de las plantas y, especialmente, en su clasificación”. Más adelante añade que “jamás, a ninguna edad (que yo pueda recordar) tuve ningún interés en las hadas más allá del que la frívola imaginación adulta pudiera depositar en ellas”[10] Estamos acostumbrados, sin duda, a pensar en sus elfos como criaturas de estatura noble, o incluso sobrenatural, lo que constituye una reacción consciente contra la pequeñez que ha dominado el enfoque inglés hacia las hadas durante siglos. Tolkien manifiesta que, personalmente, él nunca se había creído esta farsa. “Esa larga colección de hadas de las flores y duendecillos revoloteadores con antenas, que tanto me disgustaban de niño”.[11] En el ensayo publicado, Tolkien ridiculiza “esta insignificancia de flores y mariposas” promovida por William Shakespeare y Michael Drayton, viéndola como “un producto de la ‘racionalización’, que transformó el glamour de la Tierra de las Hadas en mera finura, y la invisibilidad en una fragilidad que puede ocultarse dentro de una prímula o encogerse tras una brizna de hierba”.[12]
La evidencia de sus escritos de juventud, desafortunadamente, juega en su contra. Las criaturas faëricas del poema de 1910 ‘Wood-sunshine’, de los de 1915 ‘Goblin Feet’ y ‘The Princess Ní ’, e incluso en el poema en Qenya ‘Narqelion’, escrito en 1915-1916, son todas diminutas, revoloteadoras, florales o silvanas (aunque, al menos, no tienen antenas). En el capítulo introductorio de “El libro de los cuentos perdidos”, escrito en 1917, el mortal errante Eriol debe empequeñecer para poder entrar en la Cabaña del Juego Perdido – aunque está claro que Tolkien concebía a los habitantes élficos como más altos de lo normal.[13] El lexicon Qenya deriva sin reservas hacia el territorio Draytoniano, nombrando no sólo a Ailinónë, “hada que vivía en una lila o un estanque” y a Nardi, “hada de las flores”, sino que también aparece Tetillë, quien es descrita precisamente como “el hada que vivía dentro de las amapolas”.[14]
Canterbury House, Marston Green, en 1905, donde vemos a Rob y su hermana Molly sentados en la terraza. Abajo: su madre Emily (fallecida en 1907) sentada junto a los parterres de flores |
Así Tolkien podría, retrospectivamente, haber pensado de su pregunta a Hugh Gilson que era una idiota “aberración nacida de la timidez”, pero en ese momento (si aceptamos 1915 como fecha del encuentro) no era tal aberración: era bastante consistente respecto a lo que él estaba, en privado, escribiendo. En los años siguientes sus creaciones se fueron desprendiendo del lastre Draytoniano de pequeñez floral, pero incluso en “El hobbit” los elfos de Rivendel fracasan en su intento de elevarse más allá de ser meros objetos decorativos, y en esos tempranos capítulos Tolkien continuó “hablando con condescendencia” a los niños. Es sólo en “Sobre los cuentos de hadas” que Tolkien rechaza explícitamente esas características como defectos, y es sólo en “El señor de los anillos” (para el que el ensayo debería ser visto como un manifiesto) que puso en práctica su visión con consistencia. Juzgando desde los manuscritos, ahora publicados en “Tolkien: sobre los cuentos de hadas”, el recuerdo de un niño descarado y precoz juega bien su papel en el proceso.
Hugh Gilson, como se lee en su obituario en el periódico The Independent, fue “criado en un ambiente de disciplina intelectual” en casa. Poseía una mente extremadamente organizada y práctica, como su padre, quien le inculcó un intenso interés en cómo las cosas funcionaban. Más tarde asistiría a la Winchester School y después (siguiendo los pasos de su hermanastro Rob) al Trinity College, Cambridge, para estudiar Clásicas. De ahí cambió a Ciencias Naturales, especializándose en Zoología y Anatomía Comparativa, y consiguió un doble Sobresaliente en lo que parecía un comienzo prometedor.
Hugh, en el centro, con su hermano pequeño John y su madre |
En 1937 lideró una expedición al lago Titicaca, en la cumbre de los Andes, donde recogió valiosas muestras biológicas y datos, y donde nació en él un interés duradero en los lagos de agua dulce. En su retorno a Cambridge enseñó Zoología, donde la claridad de sus lecciones era extraordinaria (“incluso hacía que la torsión de los gastrópodos pareciera simple”, recordaba un estudiante) y durante la Segunda Guerra Mundial comandó una unidad que producía plasma secado al frío para la Royal Navy. De 1946 a 1973 fue director de la Freshwater Biological Association, cerca de Bowness, en el lago Windermere, expandiendo enormemente su alcance y efectividad. Pero no era ningún director enclaustrado en el despacho: pasó la mayor parte de su tiempo en los talleres del FBA ayudando a diseñar muchos de los instrumentos y otros elementos de equipamiento usados para recoger muestras y llevar a cabo experimentos. También en su casa tenía un taller con un torno, y un verdadero tesoro oculto de otras herramientas y equipamiento.
Le encantaban los retos, y fabricaba o arreglaba cosas para sus amigos y familia – especialmente relojes. En 1970 le concedieron el honor de Comandante del Imperio Británico, como a Tolkien en 1972. Da nombre al Hugh Cary Gilson Award, un premio anual de cuatro mil libras que se otorga a un miembro de la FBA para ayudarlo con una investigación original sobre agua dulce.[15]
Sus colegas y estudiantes lo admiraban pero sabían que no le gustaban demasiado las bromas. En el borrador de “Sobre los cuentos de hadas”, Tolkien escribe como si el niño del jardín tipificara una actitud del infante al ser tratado con condescendencia sobre las hadas. Pero, en su precocidad científica, y la timidez e impaciencia que la acompañaba, el joven Hugh Gilson estaba muy lejos de ser el típico niño. En palabras de su obituarista, “solía ser muy directo, y a veces, carente de tacto…” Su hija Julia Magretts cuenta que, aunque se suavizó con la edad, odiaba no llevar la razón (y raramente estaba equivocado). Recuerda, de su propia niñez, que “a veces queríamos que la tierra nos tragara cuando él hablaba de cosas importantes – podía, de hecho, ser más que insensible y llegaba a ser, en ocasiones contadas, incluso maleducado”. Cuando Hugh se marchó del jardín en Marston Green, parece que Tolkien se pudo librar de una buena.
– NOTA Y RECONOCIMIENTOS –
Esta pequeña visión de la vida de Tolkien es particularmente satisfactoria para mí, pues fue Hugh Cary Gilson quien me condujo a la famila Gilson, aunque de forma póstuma. En mayo del 2000, llevaba meses intentando hacer progresos con la investigación biográfica para mi libro, ‘Tolkien y la Gran Guerra’, y sentía que estaba golpeándome la cabeza contra un muro – especialmente en lo concerniente a rastrear parientes vivos de los miembros de la T.C.B.S. Pero entonces se me ocurrió buscar ‘Cary Gilson’ en un archivo digital de periódicos, esperando encontrar alguna referencia al director de la King Edward’s School, y descubrí, en su lugar, a su hijo botánico – y la Freshwater Biological Association. Por desgracia, había muerto pocos meses antes. La FBA me puso en contacto con la familia de Hugh Gilson, quienes no sólo habían conservado las cartas de Rob, sino que estaban deseando que las examinara detalladamente, aumentado enormemente así mi material sobre la T.C.B.S.
Quisiera agradecer a la hija de Hugh Cary Gilson, Julia Margretts el permitirme examinar las memorias de su abuela, dejarme escanear fotografías familiares cuando esta publicación apareció por primera vez en Tolkien Studies, y aportar un relato fascinante de la figura de su padre, que he citado libremente. Estoy muy agradecido a toda su familia por permitirme, de nuevo, publicar detalles de su historia familiar. También estoy agradecido a Christopher Tolkien por poner a mi disposición amablemente su propia colección de anécdotas de su padre, y por permitirme incluirlas aquí. La carta de R.Q. Gilson a J.R.R. Tolkien del 13 de junio de 1913 es citada con permiso de la Tolkien Estate. Y también agradezco a David Doughan por atraer mi atención a la versión de Tolkien del incidente del jardín florido.
NOTAS EXPLICATIVAS
[1] J.R.R. Tolkien, Tolkien On Fairy-stories, editado por Verlyn Flieger y Douglas A. Anderson (Londres: HarperCollins, 2008), 248.[2] Ahora mismo, en un giro del progreso que hubiera indudablemente entristecido a Tolkien, Marston Green es el lugar donde se ubica el Birmingham International Airport, y los terrenos de alrededor han cedido paso a parques empresariales, urbanizaciones y centros comerciales.
[3] ‘Reminiscences of Marianne Caroline Cary Gilson (née Dunstall),’ comenzado en febrero de 1969 (documentos familiares de los Gilson, colección privada; añadida puntuación extra en pro de la claridad). La señora Gilson murió en 1977, a los 98 años de edad.
[4] Christopher Tolkien al autor.
[5] Carta de R.Q. Gilson a Marianne Gilson, 19 de julio de 1915; no se hace referencia a Tolkien (documentos familiares de los Gilson).
[6] Para más información sobre el Concilio de Lichfield, acudir a mi libro ‘Tolkien y la Gran Guerra’, 101-2.
[7] Carta de R.Q. Gilson a J.R.R. Tolkien, 13 de junio de 1913 (documentos familiares de los Tolkien, Bodleian Library). El libro de visitas de Canterbury House muestra que Tolkien también estuvo allí del 16 al 19 de diciembre de 1911, y del 28 de junio al 1 de julio de 1912 (documentos familiares de los Gilson).
[8] Carta de R.C. Gilson a Marianne Gilson, 21 de marzo de 1913 (documentos familiares de los Gilson).
[9] Carta de J.R.R. Tolkien a Geoffrey Bache Smith, “Cartas de J.R.R. Tolkien”, editado por Humphrey Carpenter (Londres: HarperCollins, 2006), 10.
[10] “Tolkien sobre los cuentos de hadas”, 248.
[11]“Tolkien sobre los cuentos de hadas”, 29-30.
[12]“Tolkien sobre los cuentos de hadas”, 29.
[13] “El libro de los Cuentos Perdidos, parte uno”, 14.
[14] ‘Qenyaqetsa: The Qenya Phonology and Lexicon,’ editado por Christopher Gilson, Carl F. Hostetter, Patrick Wynne, y Arden R. Smith, Parma Eldalamberon 12 (1998), 29, 68, 92. En “El libro de los Cuentos Perdidos” la palabra ‘fairy’ se usa como permutable con ‘elfos’ y con espíritus de la naturaleza semejantes a los Valar. Es imposible juzgar si esta distinción existía cuando Tolkien elaboró estas tempranas entradas en el lexicon.
[15] Julia Margretts al autor; David Le Cren, ‘Obituary: Hugh Gilson’, The Independent, 10 de febrero del 2000; The Times, 8 de octubre de 1935, 16.
© John Garth 2010, reproducido con el amable permiso de West Virginia University Press; fotografías reproducidas con permiso de Julia Margretts. Traducido por la filóloga Mónica Sanz Rodríguez.