Artículo de Helios de Rosario «Imrahil» publicado originalmente en la revista ESTEL 94.
Primera parte: Los orígenes familiares – Seguda parte: El legado – Tercera parte: El padre Francis Morgan – Cuarta parte: C.S. Lewis
Tras un largo hiato retomamos esta serie de artículos de la serie El círculo de Tolkien en la que desvelamos más detalles relativos a personas importantes en la vida de Tolkien. En esta ocasión nos adentramos en la vida y la relación de Tolkien con el que fuera su editor durante muchos años: Stanley Unwin.
Hoy en día, cuando hablamos de las personas destacables en el círculo de un autor como J. R. R. Tolkien, referirse al director de su editorial resulta por lo menos curioso, salvo en uno de estos dos supuestos:
- Que se trate de un pequeño pero valiente editor, que acompañó y apoyó al autor en sus duros y humildes comienzos, luchando contra la adversidad del mercado y de la crítica.
- Que existiese una estrecha relación entre autor y editor, relevante en algún episodio de su biografía.
Curiosamente, ninguna de estas dos circunstancias se dio en la relación entre J. R. R. Tolkien y Stanley Unwin, o podría decirse que se dieron de una forma extraña. Es cierto que la compañía Allen & Unwin fue la que hizo que El Hobbit viera la luz, e impulsó la carrera literaria de Tolkien, pero no es que aquello fuera un episodio de lucha conjunta contra los reveses del mundo literario y editorial, sino más bien una exitosa acción empresarial, quizá
combinada con cierta dosis de buena suerte, como veremos después. Fue más tarde, con un Tolkien ya conocido como escritor, cuando Unwin le prestó un apoyo incondicional, más allá de lo esperable incluso entre fieles amigos, sin el cual El Señor de los Anillos podría haber sido un fracaso o simplemente quedarse en un manuscrito frustrado. Sin embargo, el vínculo entre J. R. R. Tolkien y Stanley Unwin tenía poco de amistad; la relación entre ellos fue sobre todo de tipo profesional, cortés pero distante, aunque los lazos con su hijo Rayner, que le sucedió como director de la editorial, fueron más estrechos.
Es difícil decir por qué Unwin prestó tanto apoyo y paciencia a Tolkien con El Señor de los Anillos. Quizás tuvo la capacidad de ver en él y en su obra un potencial de éxito mucho mayor de lo que otros, incluso el mismo autor, podían imaginar, por el que valían la pena las muchas dilaciones y riesgos que asumió. La alternativa sería retratarlo como un hombre iluso, confundido por Tolkien durante casi dos décadas, y cuya benevolencia con él fue recompensada por un gran golpe de la fortuna, que le dio el éxito en un caso donde cabía esperar la ruina. Sin embargo, una caricatura así no es en absoluto coherente con el perfil y el currículo de una figura como Stanley Unwin.
Los comienzos de la editorial George Allen & Unwin
La publicación de libros era el mundo de Stanley Unwin; lo llevaba en la sangre. Su familia estaba dedicada a ese negocio desde dos generaciones antes. Sus abuelos paterno (Jacob Unwin) y materno (James Spiecer) fundaron la imprenta Gresham Steam Press y la empresa papelera James Spiecer & Sons, respectivamente. George y Edward Unwin, dos de los hijos de Jacob, continuaron con el negocio del padre bajo el nombre de Unwin Brothers, que ha seguido operando hasta nuestros días, siendo una de las firmas de impresores con más larga historia del Reino Unido. Por su parte Thomas Fisher Unwin, décimo hijo de Jacob, también fundó una editorial bajo su propio nombre.
Stanley Unwin, nacido el 19 de diciembre de 1884, fue el octavo y último de los hijos de Edward Unwin, y dedicó toda su vida al mismo negocio que su abuelo y su padre, aunque no en la misma empresa. Tras un tiempo trabajando en una librería de Lepizig, en 1904 entró en la editorial de su tío, en la que estuvo ocho años gestionando contratos y negocios internacionales. Posteriormente pasó un año viajando por Asia y Oceanía, estudiando el mercado extranjero, y a la vuelta estableció su propia compañía, tras comprar la mayor parte de la editorial George Allen & Sons, que había entrado en bancarrota.
Bajo el nombre George Allen & Unwin Ltd., la nueva editorial abrió sus puertas en Londres el 4 de agosto de 1914, el mismo día que se declaró la Gran Guerra. Las dificultades de aquellos tiempos no le amilanaron, sino que aumentaron su ambición. Fue uno de los impresores que satisfizo la demanda de libros durante la escasez de la Guerra. Sus publicaciones llevaban el eslogan «books that matter» (libros que importan), y abordaban una gran variedad de temáticas, incluyendo política e historia, aun en aquellas delicadas circunstancias.
Stanley Unwin fue un hombre de negocios serio, ambicioso y volcado en su profesión. Aunque fundó su editorial como una sociedad limitada con otros tres socios (el coronel Philip Hugh Dalbiac, Cecil A. Reynolds y Edgar L. Skinner), él se encargaba personalmente de la mayor parte del negocio, que en 1934 quedó bajo su control total. Era una persona muy distinta de J. R. R. Tolkien, tanto en el terreno personal como en el contexto familiar y social. Formaba parte de una numerosa y adinerada familia de inconformistas anglicanos; declarado hombre de izquierdas y pacifista, rehusó prestar sus servicios al ejército durante la Guerra. Dedicó su vida a la literatura, pero con un pragmatismo diametralmente opuesto a la forma de trabajar de Tolkien. A menudo se le atribuye la máxima de «el primer deber de un editor hacia sus autores es mantenerse solvente», y aunque la cita pueda ser apócrifa, es ciertamente consistente con su actitud, reflejada en The Truth About Publishing (1926), el más famoso de la docena de libros que publicó exponiendo sus ideas y experiencias en el mundo editorial. Era un hombre recto y sobrio, y según cita Humphrey Carpenter, Tolkien lo veía «exactamente como uno de mis enanos, solo que no creo que fume» (Carpenter, 1990: 204).
Cuando Stanley conoció a John
Los caminos de Tolkien e Unwin se cruzaron a comienzos de 1936. J. R. R. Tolkien, que ostentaba la cátedra de anglosajón en Oxford, era en aquel momento una de las principales figuras en la investigación sobre Beowulf (en noviembre de ese mismo año fue invitado por la British Academy a dar una conferencia sobre el tema, que daría lugar a su famoso ensayo de «Los monstruos y los críticos»). Por su parte, Unwin tenía planes de publicar una edición revisada de Beowulf en inglés moderno, basada en la traducción de Clark Hall, que era la más usada por los estudiantes en esa época. Así pues, la editorial se puso en contacto con Tolkien para pedirle que se encargase de hacer la revisión. Él declinó la oferta por falta de tiempo y recomendó en su lugar a Elaine Griffiths, antigua alumna suya que en esa época colaboraba con él en las investigaciones sobre el dialecto en inglés medio de Ancrene Wisse, uno de los trabajos más importantes en la vida académica de Tolkien.
Elaine Griffiths era amiga de la familia Tolkien, y había tenido la oportunidad de leer el manuscrito del Hobbit, como otros allegados del profesor. Y resultó que durante sus conversaciones con la agente de la editorial, tuvo la ocurrencia de sugerirle que le echaran un vistazo a aquel cuento. Lo que sucedió cuando el manuscrito finalizado llegó a manos de Stanley Unwin es bien conocido: se lo dio a leer a su hijo Rayner, de diez años, y este escribió un favorable informe que al parecer fue decisivo a la hora de aprobar la publicación de la novela.
El propio Stanley Unwin, sin embargo, sintió un nivel de admiración por la obra imaginativa de Tolkien más allá de lo que podría explicarse por la entusiasta reacción de su joven hijo. El Hobbit tuvo una campaña de lanzamiento espectacular y bastante arriesgada, con varios anuncios a toda página en las gacetas para impresores y libreros, en los que se atrevía a vaticinar que el cuento del desconocido Tolkien se convertiría en un nuevo Alicia en el País de las Maravillas. Al parecer, declaraciones como esa no eran una mera hipérbole de marketing. En una carta enviada al mes siguiente de publicar El Hobbit, Unwin dijo a Tolkien: «Rara vez sucede que un escritor para niños quede finalmente establecido, pero no tengo la menor duda de que usted lo hará muy rápidamente. (…) Es usted una de esas raras personas dotadas de genio y, a diferencia de otros editores, es una palabra que no he utilizado ni media docena de veces en treinta años de publicar.» (Cartas #18).
Ha nacido una estrella. El éxito de El Hobbit
Ciertamente, Tolkien fue tratado como genio por la editorial. En los archivos de Allen & Unwin se conservan 57 cartas intercambiadas entre Tolkien y la editorial solo en 1937 (once de ellas publicadas en el libro de Cartas de J. R. R. Tolkien) que atestiguan la atención que se prodigó al autor, perfeccionista hasta el extremo. Muchos años más tarde, Rayner Unwin diría al respecto: «Creo que los estándares de edición y producción en aquel entonces eran mayores que hoy en día; y estoy convencido de que ningún editor en ninguna editorial actual pensase siquiera remotamente en hacer tantas concesiones como las que se le prodigaron a Tolkien.» (Unwin, 1996).
En ese tiempo, Tolkien correspondió a la editorial con una notable productividad, para satisfacción y admiración de Unwin. El borrador que Elaine Griffiths había recomendado a Allen & Unwin, en la primavera o verano de 1936, terminaba prematuramente poco antes de la muerte de Smaug; para el otoño de ese mismo año Tolkien ya había finalizado la copia dactilografiada que fue sometida a juicio del editor. La editorial también recibió una amplia muestra de la obra ilustrada de Tolkien: los mapas y una colección de dibujos para El Hobbit, además de una copia de Mr. Bliss. Este otro cuento fue finalmente descartado por el coste de las muchas ilustraciones en color, pero Unwin quedó encantado por las ilustraciones del Hobbit, y pensó que podría conseguir un ahorro significativo pidiendo a Tolkien que se encargase de los mapas, las ilustraciones y hasta la sobrecubierta. Poco tiempo después, antes de que el libro fuese publicado, Unwin también consiguió que la editorial americana Houghton Mifflin se interesase en distribuirlo, con más ilustraciones en color, que Tolkien produjo diligentemente para complementar las que Allen & Unwin publicaría en blanco y negro.
Las interacciones con Tolkien eran rápidas y productivas, y posiblemente la editorial pensó que tenía en sus manos a la gallina de huevos de oro, a la que valía la pena cuidar. El Hobbit se publicó en septiembre de 1937, y ya para Navidad se hizo necesario reimprimirlo. Unwin se reunió con Tolkien para hablar de una continuación del Hobbit, volviéndose a casa con una variopinta lista de propuestas que incluían cuentos cortos, poemas y partes del Silmarillion. Pero lo que Unwin quería era más sobre los hobbits, y en febrero de 1938 ya tenía en sus manos un borrador del primer capítulo de la nueva historia, con la que Rayner se mostró encantado, alentando aún más las expectativas del editor.
El largo proceso de escribir (y editar) El Señor de los Anillos
Sin embargo, el alto rendimiento de Tolkien no se mantuvo mucho tiempo. En lo sucesivo las demoras e incumplimientos de plazos de entrega pasaron a ser la tónica habitual, justificadas por problemas de salud, agenda, y como es natural, las preocupaciones y dificultades derivadas por la Segunda Guerra Mundial, que estalló en 1939. Respecto al proyecto de Beowulf, por el que Allen & Unwin contactó en un inicio con Tolkien, finalmente el encargo de revisar el texto pasó a manos de C. L. Wrenn, y se había acordado que Tolkien contribuiría con un prefacio. La editorial le estuvo requiriendo dicho texto durante medio año, sin respuesta por su parte hasta que el mismo Stanley Unwin le envió una carta en diciembre de 1939, y él prometió escribirlo «en este instante mismo» (Cartas #37, énfasis original). El prefacio en cuestión, publicado también en Los monstruos y los críticos y otros ensayos, no llegaría a manos de Unwin hasta más de tres meses después, cuando le volvió a enviar una carta desesperada preguntándole qué había ocurrido con él (Cartas #38).
La correspondencia entre Tolkien y Allen & Unwin publicada en las Cartas de J. R. R. Tolkien son también testimonio de los retrasos con El Señor de los Anillos, que se sucedieron una y otra vez, durante más de una década. Los planes para publicarlo en las navidades de 1939 quedaron frustrados tras varios incumplimientos de los plazos fijados (Cartas #34 y #36). Los escasos mensajes intercambiados en los siguientes años muestran una relación más bien asimétrica y que no deja en muy buen lugar a Tolkien. Las dos siguientes fueron escritas en 1942 (Cartas #47) y 1944 (#74), a vuelta de recibo de sendos cheques por los derechos del Hobbit, y en ellas Tolkien se disculpaba por no haberle escrito antes y por el lento avance de la novela.
A comienzos de 1945 Unwin se dirigió a él con una nueva oferta de publicación: acababa de descubrir que Tolkien había publicado en The Dublin Review el cuento de Hoja de Niggle, y le proponía reeditarlo bajo su sello, junto a otros relatos del mismo tipo. Su respuesta (Cartas #98) muestra a un Tolkien visiblemente avergonzado, con dificultades para excusarse («Le he escrito varias cartas imaginarias y la mitad de una real durante los últimos meses» (…) «Iba yo mismo a anunciárselo, en parte como disculpa, en parte como confesión.») La carta en cuestión es también la fuente habitual de citas sobre la extraordinariamente breve historia de Hoja de Niggle: «Fue lo único que hice en mi vida que no me costara en absoluto ningún esfuerzo» (…) «Solo me llevó algunas horas apuntarla y copiarla luego.» Esas afirmaciones son consistentes con la nota introductoria que escribió posteriormente para Árbol y Hoja (1964), y los manuscritos que se conservan del cuento ciertamente parecen indicar que se compuso muy rápidamente y sin vacilaciones. Pero el tono con el que se plantearon en la carta muestran también la intención de excusar el tiempo dedicado a otros cuentos distintos del Señor de los Anillos para publicaciones ajenas.
Como compensación sugirió reconsiderar la publicación de Egidio el granjero de Ham, del que tenía una versión mejorada respecto a lo que Unwin había visto en la época del Hobbit, y aventuró que estaba cerca de terminar El Señor de los Anillos, para el que solo necesitaba «tres semanas sin tener nada más que hacer». Desafortunadamente, esas semanas libres no se presentaron, o si lo hicieron fueron insuficientes, y al año siguiente Tolkien tuvo que volver a disculparse ante Stanley Unwin por no haberle dado noticias del libro, o siquiera haberle escrito para felicitarle por su reciente nombramiento como caballero (Cartas #105).
Retomando la comunicación
Fue en 1947 cuando las conversaciones entre Tolkien y Unwin volvieron a ser más fluidas y positivas. En ese año se aprobó la publicación de Egidio, que saldría a la venta un par de años más tarde, para satisfacción de ambas partes. Las familias de Tolkien y Unwin también vivieron un acercamiento a través de sus hijos Christopher y Rayner, respectivamente; ambos habían estado sirviendo en el extranjero durante la Segunda Guerra Mundial, y acababan de volver, coincidiendo en el Trinity College de Oxford. Rayner también era un invitado frecuente en la casa de Tolkien a la hora de tomar el té. El retorno de Christopher fue, además, de gran ayuda para terminar El Señor de los Anillos, lo que fue un motivo más para reaundar las conversaciones sobre el mismo.
El 9 de julio de ese año J. R. R. Tolkien se reunió con Stanley Unwin en Londres y le entregó el Libro I para que Rayner lo leyese. Habían pasado casi diez años desde que revisó el primer capítulo, y tanto la historia como el lector habían crecido y cambiado mucho, pero el entusiasmo se mantuvo. Las entregas a revisar se fueron sucediendo y los planes de publicación avanzaron. Sin embargo, este era un libro complejo, cuya publicación presentaba muchas más dificultades que El Hobbit, y el renovado interés de Tolkien en el Silmarillion volvió el asunto aún más complicado.
La mitología inédita que había detrás de la historia de los hobbits era ya un asunto conocido en los círculos cercanos a Tolkien, que creaba una curiosidad creciente entre los lectores. (También C. S. Lewis se encargó de incitar al público de su novela A Hideous Strength (1945), hablando en su prefacio de «Numinor» (sic) y el «Verdadero Oeste» del que podrían saber más si se publicasen los manuscritos de J. R. R. Tolkien.) En los últimos años, Tolkien se había volcado de nuevo en las cronologías y las narraciones del Silmarillion, reescribiéndolas para integrarlas mejor con El Señor de los Anillos, y sugirió a su editor la publicación conjunta de ambas obras. Por su parte, Rayner Unwin no apreciaba que El Señor de los Anillos necesitase del Silmarillion, y es fácil imaginarse a su padre aterrorizado por la perspectiva de otra década de retrasos. En este contexto entró en escena la editorial Collins, que en 1950 se acercó a Tolkien con la oferta de publicar ambas obras, si no podía hacerlo con Allen & Unwin.
Collins entra en escena
Las conversaciones entre Tolkien y las dos editoriales, relatadas en el capítulo VI-1 de su biografía (Carpenter, 1990), y presentadas en gran parte en el libro de Cartas (#123-133), son todo un «culebrón» que a punto estuvo de dinamitar la relación entre Tolkien y Unwin. Tolkien cedió a la tentación de Collins, y usando sus palabras, decidió liberarse «de las espirales dilatorias de Allen & Unwin del modo más amistoso posible». Su estrategia consistió en enviar mensajes desalentadores y resignados a su editor, añadiendo una notable carga de autocrítica a su propia obra que invitaba al rechazo del proyecto, si no era posible considerar la publicación conjunta del Silmarillion y El Señor de los Anillos.
Pero su plan de conseguir un rechazo amistoso se vio frustrado. La lealtad entre autor y editor era para Unwin un valor fundamental; tal como expresó en su libro sobre el mundo editorial: «Si un editor ha depositado suficiente fe en ti como para arriesgarse a perder dinero con la publicación de tu primera —y puede que inmadura— obra, no es honorable llevarte tu primer manuscrito vendible a otro sitio sin enviárselo primero a él, ni darle la oportunidad de competir con otros que no han gastado un penique en ayudarte a construir tu reputación.» (Unwin, 1960: 14). Desde luego Tolkien no estaba haciendo algo tan ruin como lo que se describe en ese texto, pues Unwin había sido el primero en tener el manuscrito (aunque aún incompleto). Pero resulta obvio que, de haber sospechado el doble juego que estaba haciendo Tolkien, Unwin se habría indignado.
No sabemos si es eso lo que ocurrió, y si en ese caso quiso darle de su propia medicina o advertirle de los peligros de las deslealtades. Quizás fue simple casualidad. La cuestión es que, de forma ostensiblemente indiscreta, en una de sus respuestas Stanley Unwin adjuntó los comentarios privados de Rayner, que sugería a su padre dejar la puerta abierta a la publicación del Silmarillion después del Señor de los Anillos, para dejarlo de lado «después de un segundo examen». Así, el burlador se encontró a sí mismo burlado, y con todas las cortesías de los caballeros ingleses Tolkien planteó un ultimátum para forzar el rechazo: «Quiero una decisión: sí o no a la propuesta que le hice, y no a ninguna posibilidad imaginaria»; a lo que Unwin respondió: «Lamento más de lo que puedo decir que sienta usted necesario plantearme un ultimátum, particularmente en relación con un manuscrito que nunca he visto en su forma final y completa. Pero como pide usted un “sí” o un “no” inmediato, la respuesta es “no”.»
Así, el manuscrito del Señor de los Anillos pasó a manos de William Collins. Sin embargo, Collins no resultó un editor tan condescendiente como Unwin, y a pesar del entusiasmo inicial con la obra, comenzó a exigir reducciones a la obra, y los problemas fueron acumulándose, hasta que ambas partes perdieron la paciencia y las negociaciones se rompieron dos años después. Afortunadamente para Tolkien, Rayner Unwin, con quien guardaba una relación mucho más cordial, entró a trabajar en la editorial de su padre en 1951, lo que suavizó la situación cuando se dirigió a él para pedirle una nueva oportunidad de publicar El Señor de los Anillos: «¿Puede hacerse algo para abrir las puertas que yo mismo cerré?»
De vuelta con Unwin y la publicación de ESDLA
Con Rayner como interlocutor con la editorial, los planes de publicación avanzaron con más facilidad, aunque la audacia de su padre, por no hablar de su indulgencia hacia un autor tan problemático, fue clave para el éxito de la operación. Stanley Unwin era aún el director ejecutivo de la editorial, y cuando Rayner evaluó los costes de impresión del Señor de los Anillos, se vio obligado a consultar a su padre, que estaba de viaje, para comunicarle que Tolkien había creado la obra de un genio, pero que su publicación sería arriesgada, y podría hacerles perder hasta mil libras. El telegrama enviado por su padre se haría famoso años más tarde: «Si crees que es la obra de un genio, puedes perder mil libras.» (Scull & Hammond, 2006: 543).
Hoy sabemos que la apuesta les salió más que bien, aunque hicieron lo posible para minimizar el riesgo, en parte transfiriéndolo a los beneficios del autor, lo cual finalmente favoreció a Tolkien: además de dividir El Señor de los Anillos en tres volúmenes, acordaron con Tolkien un contrato de participación en las ganancias, que Unwin gustaba de proponer para obras académicas cuya finalidad era proporcionar prestigio al autor, más que ganancias económicas (Unwin, 1960: 64). Así, en lugar de cobrar los royalties habituales por derechos de autor (normalmente entre un 7% y un 10% del precio de venta), Tolkien recibiría la mitad de los beneficios generados por las ventas una vez estos comenzasen a producirse.
Desde la publicación del Señor de los Anillos, la comunicación de J. R. R. Tolkien con Stanley Unwin fue diluyéndose al tiempo que se reforzaba con su hijo Rayner, tanto por la mayor amistad que tenía con él como por el la creciente influencia de Rayner en los negocios de la editorial. Pero el contacto se mantuvo. Stanley Unwin llegó a ser partícipe de todos los libros publicados por J. R. R. Tolkien en vida: después del Señor de los Anillos, Las aventuras de Tom Bombadil (1962), Árbol y Hoja (1964), El Herrero de Wooton Mayor y The Road Goes Ever On (1967). Con ocasión de las bodas de oro de Tolkien, en 1966, el editor envió al matrimonio cincuenta rosas doradas, mostrando así la proverbial cortesía de todo un caballero inglés.
Sir Stanley Unwin murió el 13 de octubre de 1968, con 83 años, dejando el negocio a su hijo, que se mantuvo al frente de la editorial hasta su adquisición por HarperCollins, en 1990. La última reunión que tuvo con J. R. R. Tolkien fue el 14 de marzo de 1968, con motivo de una fiesta para celebrar el lanzamiento de la edición británica de The Road Goes Ever On. La descripción que más tarde haría Rayner Unwin de aquel encuentro es, quizás, el mejor resumen de la extraña relación que mantuvieron estas dos grandes figuras: «Mi padre hablaba sobre los balances económicos, que Tolkien no entendía; él hablaba del Silmarillion, del que mi padre no comprendía nada. Pero ponían toda su buena voluntad. Los dos sabían que se debían mucho el uno al otro —aunque no estaban seguros de por qué—.» (Scull y Hammond, p. 1070-1).
Referencias
- A hundred years of Allen & Unwin, 1914-2014. Sidney: Allen & Unwin, 2014.
- Carpenter, Humphrey. J. R. R. Tolkien: una biografía. Barcelona: Ediciones Minotauro, 1990.
- George Allen & Unwin Ltd. Archive. Special Collections of the University of Reading. https://collections.reading.ac.uk/special-collections/collections/george-allen-unwin-ltd-archive/
- Scull, Christina; Hammond, Wayne G. The J.R.R. Tolkien Companion & Guide. Londres: HarperCollins Publishers, 2006.
- Tolkien, J. R. R. El Hobbit anotado. Edición revisada y ampliada, anotado por Douglas A. Anderson. Barcelona: Ediciones Minotauro, 2006.
- ———, Cartas de J. R. R. Tolkien. Ed. Humphrey Carpenter y Christopher Tolkien. Barcelona: Ediciones Minotauro, 1993.
- Unwin, Philip. The printing Unwins : a short history of Unwin brothers, the Gresham Press, 1826-1976, Londres: George Allen & Unwin, 1976.
- Unwin, Stanley. The Truth About Publishing, Londres: George Allen & Unwin, 7ª ed., 1960.
- Unwin, Rayner. «Publishing Tolkien» Mythlore 21(2), 1996, pp. 26-29.