Artículo de José Manuel Ferrández Bru «Gimli» publicado originalmente en la revista ESTEL 95 sobre W. H. Auden.
Traemos una etapa más de este viaje por algunas de las personas más importantes en la vida de Tolkien. En esta ocasión nos adentramos en la vida y la relación de Tolkien con uno de sus amigos: el autor W. H. Auden.
Primera parte: Los orígenes familiares – Seguda parte: El legado – Tercera parte: El padre Francis Morgan – Cuarta parte: C.S. Lewis – Quinta parte: Stanley Unwin – Séptima parte: E.V. Gordon – Octava parte: Jane Neave
De Oxford a la poesía
Si nos tuviéramos que guiar por los numerosos (y generalmente poco atinados) prejuicios asociados a Tolkien, no podría entenderse como un declarado homosexual de ideas izquierdistas y seguidor de las vanguardias poéticas tan afines al uso del verso libre pudiera ser descrito por él como «como uno de mis grandes amigos».
Separados por una generación, además de por sus ideas políticas, entre ambos se estableció durante sus últimos años una curiosa relación de mutuo aprecio y respeto. De hecho, Auden fue probablemente el principal valedor de Tolkien en los Estados Unidos, y gracias a numerosas acciones contribuyó a dar a conocer a Tolkien al otro lado del Atlántico al tiempo que dotaba a su obra de una pátina de prestigio.
Auden, el menor de tres hermanos, nació el 21 de febrero de 1907 en York. Sus padres estaban vinculados al mundo sanitario ya que él era médico y ella enfermera, y ambos eran devotos miembros de la iglesia anglicana. Pronto la familia se trasladó a Birmingham debido al trabajo del padre y es allí donde transcurriría buena parte de la infancia de Auden. Ya en esa época temprana de su vida comenzaría a ser consciente de su homosexualidad, lo que sería con el tiempo un motivo constante de fricción con su madre.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial su padre marchó al frente como médico militar y sus hijos, todavía niños, fueron enviados a un internado, la St Edmund’s School en Hindhead, donde el joven Auden comenzó a destacar en el terreno intelectual. En la escuela secundaria surgió su vocación por la poesía, siendo sus primeros referentes conocidos autores como William Wordsworth, Thomas Hardy o Edward Thomas.
Ingresó en Oxford en 1925, justo cuando Tolkien regresaba como profesor tras sus años en Leeds. Después de unos meses cursando Biología, pasó a Modern Greats (filosofía, política y economía), aunque en su segundo año en la universidad cambió de nuevo a Inglés. Debido al retraso que llevaba en la materia debió recibir clases particulares de Nevill Coghill, uno de los miembros de los Inklings. En cuanto a su vida social, en esta época conoció a Christopher Isherwood y Stephen Spender, que se convertirían en grandes amigos y colaboradores durante largos años.
Poco a poco fue labrándose un nombre en el mundo de las letras y en particular en el de la poesía y también en la dramaturgia. Trabajó como maestro y viajó a Alemania donde fue consciente del malestar social de finales de la década de los veinte, lo que le llevó a interesarse por primera vez por la política, al tiempo que comenzó a escribir poemas que presagiaban un cambio social en términos marxistas. Aunque nunca se afilió al partido comunista, adoptó públicamente postulados basados en ideas izquierdistas y radicales.
Compromiso político y personal de W. H. Auden
En 1935, Auden se casó en un matrimonio pactado con Erika, hija de Thomas Mann, para que ella pudiera huir de los nazis adquiriendo la ciudadanía británica y, de hecho, nunca se divorciaron. Poco después se marchó a Islandia, un lugar que le había interesado desde niño, en especial por sus sagas legendarias, y sobre el que escribió un libro de viajes. Allí se enteró de inicio de la Guerra Civil Española y decidió involucrarse directamente en el conflicto.
Auden viajó a España y se ofreció al gobierno de la República como voluntario para tareas relacionadas con actividades sanitarias como conducir una ambulancia, ya que no quería luchar y verse obligado a matar. Pese a su petición, fue puesto a trabajar en la oficina de propaganda, tarea que abandonó pronto, y tras visitar brevemente el frente, regresó a Inglaterra francamente conmovido. De algún modo le sobrevino una crisis mística derivada de la visión de horror asociado a la destrucción de las iglesias, si bien es cierto que él mismo no se consideraba cristiano en aquel momento. En todo caso, desde Inglaterra hizo campaña por la república y escribió incluso poemas propagandísticos.
En 1939, ante la cercanía del inicio de la Segunda Guerra Mundial, él e Isherwood zarparon hacia Nueva York. Durante los siguientes años colaboraría con los refugiados de la guerra que llegaban a Estados Unidos, al tiempo que su obra poética evolucionó hacia una mayor madurez. También en América tuvieron lugar otros acontecimientos importantes en su vida, como sus problemas sentimentales derivados de la complicada e intermitente relación que mantuvo con Chester Kallman, el retorno a la fe anglicana que había dejado de lado desde su niñez, o sus primeras incursiones serias en el mundo académico.
A mediados de los años cincuenta fue nominado como profesor de poesía en Oxford, lo que le llevó a pasar grandes temporadas en Europa, divididas entre Inglaterra, Italia, donde durante muchos años pasó sus veranos, y Austria, donde compró una casa no demasiado lejos de Viena, si bien la mayor parte de su vida siguió transcurriendo en Nueva York.
No regresó definitivamente a Europa hasta 1972, poco antes de su muerte, cuando le fue ofrecida una beca honoraria en Oxford junto con una casa en la que vivir. Así alternó sus últimos meses de vida entre Oxford y su casa de Austria, en la que pasó sus últimas vacaciones. Precisamente regresando a Oxford desde Austria, falleció en Viena el 29 de septiembre de 1973.
Es innegable la importancia de Auden en la poesía en inglés, heredera de los grandes poetas que le antecedieron a principios del siglo XX como T. S. Elliot o W. B. Yeats. A diferencia de ellos, su compromiso político y su deseo de tomar una actitud activa ante los retos de su tiempo le llevaron a convertirse en una personalidad controvertida a la vez que unánimemente aceptada como brillante, e incluso genial gracias a una generosa sensibilidad y a su dominio de la técnica poética. Sea como fuere, su obra es extensa y va más allá de la poesía, ya que también fue ensayista, dramaturgo y autor de libros de viajes.
Tolkien y W. H. Auden: encuentros y desencuentros
En cualquier caso, lo curioso en lo que nos toca es que Auden y Tolkien tuvieron una relación intermitente a lo largo de sus vidas que, como hemos dicho, en sus últimos años cuajó en una fuerte amistad y admiración mutua.
Seguramente su primer encuentro tuvo lugar cuando un diletante Auden vagaba por los colleges de Oxford, siendo un estudiante no demasiado centrado que pasaba de una especialidad a otra y acabó acudiendo a unas lecciones de inglés antiguo impartidas por un impetuoso profesor. En su madurez, Auden tenía un recuerdo vívido de las clases de Tolkien sobre Beowulf, en las que sintió la pasión de este declamando en voz alta el poema anglosajón, pese a no recordar más que su declamación y su tono que, según dijo, eran la voz de Gandalf.
En 1928 Auden recibió un modesto título de tercera clase en Inglés, tras examinarse ante un tribunal del que formaba parte Tolkien junto a otros destacados profesores, como David Nichol Smith del Merton College. Auden se justificó en su desinterés por el análisis literario frente al elemento artístico inherente a la literatura.
Años después, en plena Segunda Guerra Mundial volvemos a encontrar otra conexión entre Auden y Tolkien. Durante el tiempo transcurrido desde sus años en Oxford, Auden había alcanzado una cierta reputación y fama en el panorama literario inglés, en parte gracias a sus opiniones políticas afines con postulados izquierdistas, que por ejemplo le habían llevado a España durante la Guerra Civil. Poco después, meses antes del estallido de la Guerra Mundial, se había marchado a América, algo que fue severamente censurado desde muchos ámbitos, e incluso fue tildado de antipatriota.
Cuando Tolkien se encontró en Oxford en 1944 con Roy Campbell, el poeta conservador afín al movimiento de Franco, no dudó en alabarle pese a sus dudosas actuaciones, dejando claro su compromiso con el ejército británico contra los nazis y contraponiéndole a Auden, tal como reflejó en una carta a su hijo Christopher:
¡Qué distinto de la Izquierda, los «carros blindados de pana» que huyeron a América (Auden entre ellos, que con sus amigos llevaron las obras de R. C. «prohibidas» por el Consejo de Birmingham)!
Amargas palabras llenas de resentimiento vinculado en buena medida, además de al sentir general sobre la «huida» de Auden cuando se adivinaba el inicio de la Segunda Guerra Mundial, a las ideas izquierdista de este, tan contrarias a las de Tolkien, especialmente en un periodo tan beligerante para él como fueron los años treinta y cuarenta del siglo pasado, con la aparición de los fenómenos totalitarios que dieron lugar a la Guerra Mundial y la posterior aparición del telón de acero y la Guerra Fría.
Auden como defensor de Tolkien en Estados Unidos
Ciertamente, Tolkien no fue más allá de estas opiniones semiprivadas sobre el comportamiento de Auden y no surgió ninguna animadversión entre ellos. De modo que, cuando una década después, El Señor de los Anillos vio la luz, Auden, que ya admiraba El Hobbit, no dudó en destacarlo en los Estados Unidos, su patria adoptiva, a través de sus favorables reseñas en prestigiosos medios americanos como el New York Times, la revista Encounter y el diario Commonweal, unas reseñas que llegaron a Tolkien y que compartió con sus conocidos.
Las críticas negativas que pudo tener la obra de Tolkien salpicaron también a Auden debido a su explícita admiración y, de hecho, el crítico Maurice Richardson que fue inmisericorde con Tolkien, no tuvo reparos en lanzarle también unos dardos envenenados a Auden en el New Stateman:
El señor Auden se ha sentido siempre cautivado por el mundo púber de las sagas y el aula. Hay pasajes en The Orators que no difieren demasiado de la hobbitería de Tolkien.
Auden fue también invitado a varios programas en la BBC en los que compartió alguna de sus opiniones, y afirmó de forma categórica sobre El Señor de los Anillos que: «Si a alguien le disgusta, nunca más volveré a confiar en su juicio literario sobre nada.»
En cualquier caso, desde la aparición de La Comunidad del Anillo se inició una interesante correspondencia entre ambos, que por ejemplo incluye una larga misiva de Tolkien (Carta 163) a propósito de algunas cuestiones que Auden le planteaba sobre El Retorno del Rey. En esa carta Tolkien se abre a su interlocutor y revela informaciones sumamente interesantes, desconocidas por entonces, aunque siempre con un tono modesto. De hecho la carta concluye con un:
Espero que no se haya aburrido de muerte. También espero volver a verlo en alguna ocasión. En ese caso, quizá podríamos hablar sobre usted y su obra y no sobre la mía. De cualquier modo, el interés que muestra en mi obra me sirve de gran aliento.
En todo caso, no todas las críticas de Auden fueron del gusto de Tolkien, y tras la aparición en el suplemento literario del New York Times de At the End of the Quest, Victory —una reseña sobre El Retorno del Rey— Tolkien escribió una larga carta (número 183) para su propio desahogo y que no llegó a enviar a nadie, contradiciendo muchas de las opiniones vertidas por Auden, en particular su visón alegórica y no historicista, junto al diferente uso del concepto de imaginación cuando para Tolkien:
El mío no es mundo «imaginario», sino un momento histórico imaginario de la «Tierra Media», que es el lugar donde vivimos.
Homenajes mutuos: poemas y reconocimientos
De hecho, no todo fue idílico en su relación y se produjo un pequeño desencuentro entre Tolkien y Auden a propósito de la proposición de que éste escribiera un libro sobre Tolkien para la serie Contemporary Writers in Christian Perspective, de la editorial Wm. B. Eerdmans Publishing, algo que a Tolkien le desagradó profundamente, ya que consideraba «tales cosas como impertinencias prematuras». También es cierto que unos desafortunados comentarios de Auden vertidos informalmente en una reunión de la Tolkien Society of America, en la que presuntamente describió el hogar de Tolkien como «una casa espantosa», profusamente difundidos por la prensa, no fueron precisamente balsámicos y ofendieron a Tolkien y a su esposa (Carta 285).
No obstante la situación no paso a mayores y la admiración mutua continuó. Así Auden le enviaba sus propias obras a Tolkien, que no dudaba en alabarlas como en el caso de su poemario About the House (Carta 284).
Auden elaboró dos obras como homenaje explícito a Tolkien. Por un lado le dedicó su propia traducción del Elder Edda, pero principalmente escribió un poema en 1962 titulado A Short Ode to a Philologist, que apareció en un volumen de homenaje a Tolkien con motivo de su septuagésimo cumpleaños, en que destaca su última estrofa, elogiosa al extremo:
No hero is immortal till he dies
Nor is tongue,
But a lay of Beowulf’s language, too, can be sung,
Ignoble, maybe, to the young,
Having no monsters and no gore
To speak of, yet not without its beauties
For those who have learned to hope: a lot of us are greatful for
What J. R. R. Tolkien has done
As bard to Anglo-Saxon.
Este poema tuvo su réplica por parte de Tolkien cinco años después, cuando fue publicado For W.H.A, un poema de Tolkien con ocasión del sexagésimo cumpleaños de Auden, en el que mezclaba inglés antiguo y moderno. Tolkien firmó este poema usando la forma en inglés antiguo de su propio nombre: Raegnold Hraedmoding.
These lines about you I linked together,
though weighted by years, Wystan my friend:
a tardy tribute and token of thanks
Lo cierto es que hacia el final de su vida Tolkien fue explícito en cuanto a su relación con Auden, y en una carta a Robert H. Boyer (Carta 327) señaló el vínculo establecido por ambos:
Sin embargo, en años recientes, contraje una profunda deuda con Auden. El apoyo que me brindó y su interés por mi trabajo han sido para mí uno de los principales motivos de aliento. Me dedicó críticas, noticias y cartas muy buenas desde un comienzo, cuando de ningún modo era popular hacerlo. De hecho, se burlaban de él por ello. Lo considero uno de mis grandes amigos, a pesar de que nos hemos encontrado tan pocas veces, excepto por carta y por el don de su obra.
Esta carta de agosto de 1971 puede ser el perfecto epílogo a esta larga relación, intermitente en ocasiones, entre estos dos autores en apariencia tan diferentes y cuya última coincidencia fue su muerte, ocurrida en ambos casos en septiembre de 1973.
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