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El papel de las mujeres en la guerra del anillo

Por Ana María Mariño «Veryore». Artículo publicado originalmente en la revista ESTEL 91.

 

La obra de Tolkien, como la de casi todos los grandes genios, además de alabanzas, también ha sido objeto de muchos prejuicios y críticas prácticamente desde su publicación hasta nuestros días. Una de las acusaciones, tan frecuente como injusta, es la de que se trata de una obra de marcado corte misógino debido a que la mayoría de personajes son solteros o huérfanos, e incluso un pueblo entero, los ents, cuentan que han perdido a sus mujeres.

Con Tolkien, Marion Zimmer Bradley es especialmente crítica:

«Tolkien no puso ninguna mujer en sus libros salvo la maternal reina elfa Galadriel y la ambiciosa Éowyn que tuvo que aprender a no desear ser un héroe (¡aunque al menos le dio la oportunidad de ir a la batalla!)».

Es evidente que, para esta autora, al menos a nivel subconsciente, la participación en un conflicto es algo positivo para la caracterización de los personajes. Sin embargo, para Tolkien, que sí había sido parte de un ejército en una guerra, no lo era. Como veremos a continuación, el papel de las mujeres en su obra no solo no es secundario sino que contribuye decisivamente en la emisión de uno de los principales mensajes que se transmiten: el pacifismo.

Si bien es cierto que el número de personajes femeninos es significativamente menor que los masculinos, ello es debido a que, al igual que ocurre en la épica, en la materia artúrica o los libros de caballerías, las historias se centran más en la aventura de los héroes que en su relación con las damas. No obstante, todas las que aparecen lo hacen con una gran importancia para el desarrollo de la trama y, dado que el contexto es el de una guerra, también tienen un papel decisivo dentro del conflicto, aunque quizá no el que ciertos sectores de la crítica feminista habría deseado, más próximos al modelo de heroínas que versionan el modelo de Conan, o el de Calígula en la faceta política.

Eowyn por Nacho Molina

La que tiene un papel más evidente en la contienda es Éowyn. En su primera aparición, lo hace como una doncella noble que ha estado al cuidado de su anciano tío, el rey de Rohan. Tolkien la describe como bella, orgullosa, delicada, inflexible, esbelta y fuerte, atributos heredados de su abuela Morwen de Lossarnach, llamada «Resplandor del acero». Es, por tanto, una princesa que cumple con todos los requisitos de belleza y elegancia en el vestir, pero educada en una corte guerrera y relacionada desde sus ascendientes con mujeres fuertes.

Conforme avanza la historia vamos conociendo su carácter a través de sus propias reflexiones y de la opinión que de ella tienen los demás personajes. Éowyn, pese a encontrarse en una posición secundaria tras su hermano, ocupa un lugar importante a los ojos de sus compatriotas, que la eligen como dirigente durante la ausencia del rey. Tras el anuncio de su nombramiento por los heraldos, se produce una ceremonia de investidura, en la que el rey hace entrega a Éowyn, arrodillada, de una espada y una armadura.

A pesar de ser, sin duda alguna, un gran honor y una muestra de estima y confianza de su gente, esto no la satisface. El deseo de Éowyn, fundado en su crecimiento en una sociedad arcaica y belicosa, como vemos que es Rohan, es ir a la guerra y lograr grandes hazañas. Sus aspiraciones son similares a las de cualquier héroe caballeresco y no teme la batalla ni la muerte sino el cautiverio, a quedarse relegada al hogar por haber nacido mujer, ya que su coraje puede equipararse al de cualquier hombre. Sin embargo, su misión consiste en refugiarse con el resto de su pueblo en El Sagrario, mientras los demás defienden el Abismo de Helm.

En el campo de batalla, Éowyn sale en defensa de su tío y se enfrenta con el lugarteniente de Sauron, el poderoso Rey Brujo de Angmar, al que derrota. El final del Señor de los Nâzgul había sido profetizado, pero ese «no man alive» pudo haber sido un hobbit, un enano e incluso un elfo. Sin embargo, es ella la que vence al enemigo más poderoso de los que acuden a la batalla, dado que Sauron no lo hace. Por tanto, Tolkien convierte a una mujer en el héroe más meritorio de la Guerra del Anillo, al salir vencedora de un combate contra un adversario muy por encima de sus fuerzas mentales y físicas, lo que aumenta el mérito de su proeza, logrando así más gloria que cualquier otro guerrero en la obra, y comienza a ser llamada «La Doncella del Brazo Escudado». Sin embargo, es alcanzada por un hechizo del nazgûl y es dada por muerta. Tras descubrirse que Éowyn sigue con vida, Aragorn la cura. Aunque, al despertar del hechizo, sigue deseando la muerte en combate y sintiéndose enjaulada hasta que con la destrucción del Anillo desaparece la influencia de Sauron y su amistad con Faramir se convierte en amor. En esta nueva etapa será conocida como «La Dama Blanca de Rohan».

Eowyn and Faramir por Magdalena Olechny

Este final de Éowyn ha dado pie a diversas interpretaciones. Muchos han querido ver en su matrimonio con Faramir y su deseo de abandonar la guerra un castigo por parte de Tolkien. Según esta perspectiva, el autor escarmentaría a Éowyn por la osadía de pretender convertirse en caballero y por ello termina renunciando a su deseo para vivir una vida pacífica como curandera. Particularmente, me resulta un tanto difícil interpretar como un correctivo el hecho de casarse con un personaje caracterizado tan positivamente, con el que se compenetra a la perfección (en palabras del propio autor), y tras el único proceso de enamoramiento que se detalla, con escenas de gran ternura y delicadeza, ausentes en las demás parejas que se forman en la obra. A mi juicio, Faramir y Éowyn ejemplifican el tradicional «final feliz» de los cuentos de hadas, como Príncipes de Ithilien, especialmente al compararlo con el caso de Arwen. A la princesa elfa le espera una tragedia de tristeza y soledad como «premio» por haber cumplido a la perfección con su rol pasivo de dama del amor cortés.

De hecho, Éowyn sí que comete una transgresión importante, no por cuestiones de género sino en algo de mayor alcance, dado que abandona el importante puesto que se le había asignado al frente del gobierno de Rohan. Impulsivamente, deja a su pueblo sin un guía en los terribles momentos de guerra que están viviendo, pensando solo en satisfacer sus ansias de gloria en el combate. Y aun con todo, su «castigo» es sobrevivir a la batalla tras haber derrotado al Rey Brujo, enamorarse, casarse y vivir feliz en tiempos de paz. Una imagen más apropiada para castigar una transgresión del rol de género podría ser que hubiese muerto o huido sin haber realizado ninguna hazaña en el combate. Por tanto, lo que nos encontramos en realidad es que, en contra de quienes argumentan la falta de desarrollo y evolución de los personajes en la obra de Tolkien, hemos sido testigos del cambio en Éowyn a través de las experiencias vitales que compartimos con ella. Cuando decide adoptar la curación como forma de vida no lo hace porque sea una mujer y no pueda dedicarse a otra cosa, dado que ya ha demostrado, a los demás y a sí misma, lo contrario, sino porque lo decide así voluntariamente tras conocer a Faramir y comprender que la guerra es un medio y no un fin.

Discrepo también radicalmente de la opinión de Katherine Hesser, que lo interpreta como el restablecimiento del rol de género de la Tierra Media: «que rechaza la existencia de mujeres trabajadoras en favor de esposas trofeo». A mi modo de entender, Tolkien deja muy claro el respeto que se le tenía a Éowyn antes y después de la contienda. En ningún momento se la amonesta o castiga ni por faltar a su deber ni por desobedecer a su rey, más bien al contrario, se la considera una gran heroína.

Su cambio de perspectiva coincide con la visión del autor de la guerra, expresado también a través de personajes masculinos, como Faramir, no por sexismo. Este es un líder nato y un guerrero, pero la guerra es para él una necesidad y no una vocación y es consciente de la decadencia de su pueblo, profundamente débil frente a Mordor. Sin embargo, aunque considere que todo está perdido, persevera en la resistencia y rechaza cualquier poder que provenga del mal aunque fuese un arma eficaz contra Sauron. A pesar de ser un combatiente, se destacan de su personalidad la sabiduría y profundidad de su conocimiento, su porte gentil, su gusto por la ciencia y la música y su disposición a aprender de Gandalf. Se produce un contraste entre su personalidad y la de su hermano Boromir, que fracasa en la prueba del Anillo y que sí buscaba la gloria en batalla.

Arwen por Magali Villeneuve

En esta misma línea se sitúa el papel de Arwen. Algunos críticos han lamentado el rol pasivo de la princesa elfa en la historia del Anillo, sobre todo al comparársela con Lúthien, que llega ante el trono de Morgoth y recupera el Silmaril, y con la que comparte la renuncia a la inmortalidad para unirse a un hombre mortal. En muchos casos, ha sido atribuido a la supuesta misoginia del autor.

Sin embargo, Tolkien demuestra que no tiene ninguna objeción en situar a una mujer en el corazón de la batalla, como ya hemos señalado. También en los relatos de los Primeros Días, uno de los tres pueblos que componen los Atani, los Primeros Hombres, es el de Haleth, denominado así por su capitana, que poseía una guardia de guerreras selectas y que se caracterizaban por su pericia como luchadores, de ambos sexos, especialmente en los bosques. Y también cabría mencionar aquí a Idril, de El Silmarillion, que además de poseer el don de la clarividencia mayor de su pueblo, logra defenderse con uñas y dientes y salvar a su hijo de Maeglin durante el asalto de las huestes de Melkor a Gondolin, pese a no ser una guerrera.

La falta de un papel más importante de Arwen se debe, principalmente, a que se trata de una incorporación tardía al argumento, tras decidir que Aragorn no era un buen marido para Éowyn y necesitar una reina para Gondor. También se corresponde con la disminución general de la participación de los elfos en los acontecimientos de la Tierra Media, preparándose para la partida y dejando ya el peso del destino del mundo en manos de los hombres. No obstante, tanto Arwen como Éowyn tienen un papel preponderante en la restauración y expansión del reino de Gondor, ya en época de paz.

The mirror of Galadriel por Alan Lee

Por otro lado, su abuela Galadriel es la reina de Lórien, la máxima dirigente de su pueblo y uno de los pocos personajes presentes a lo largo de las cuatro Edades. En su juventud participó como dirigente en la rebelión contra los Valar, más tarde renunció al perdón y, en la época de la aventura de Bilbo, formó parte del Concilio para expulsar al Nigromante del Bosque Negro. Además, gracias al poder de Nenya, el Anillo del Agua, lanzó un sortilegio de protección sobre su reino que impedía la entrada al enemigo y lo volvía invisible al Ojo de Sauron, al igual que Melian en El Silmarillion, de quien aprende Galadriel. Por tanto, no solo es una gran cabecilla de su pueblo y una poderosa maga: es una de los tres privilegiados que guardan los anillos de poder no contaminados.

Además posee poderes proféticos con su espejo de agua. Los primeros vaticinios son ofrecidos a Frodo y Sam, a los que se les permite mirar en el espejo. Pero otra muestra de sus habilidades en esta materia llega de forma indirecta a través de los mensajes transmitidos por Gandalf y la Compañía Gris a los héroes cuando los encuentran. Además, es ella quien envía a Gwaihir a rescatar a Gandalf tras el enfrentamiento con el balrog y a los dúnedain a ayudar a Aragorn. Sin esta intervención, Aragorn no hubiese podido afrontar el paso por los Senderos de los Muertos y la toma de los barcos de los corsarios. Por tanto, no solo no habrían llegado una buena cantidad de tropas de refresco procedentes de los Feudos de Gondor, sino que las huestes de Mordor hubiesen contado con los refuerzos de los Corsarios de Umbar en la Batalla de los Campos del Pelennor.

En el momento de la partida de la Compañía del Anillo, Celeborn les hace entrega de barcas, provisiones y cuerdas que les ayudarán en su viaje, además de unas capas mágicas tejidas por Galadriel y sus damas. No obstante, la propia Galadriel les ofrece una serie de regalos extraordinarios tras el festín de despedida a cada uno de ellos, incluyendo el arco de los galadhrim, que permite a Legolas derribar a una de las monturas aladas de los nazgûl más adelante.

Por todo ello, se puede afirmar que el papel de Galadriel durante la contienda, a pesar de ser indirecto, no por ello es secundario o poco importante. El paso de la Compañía por Lórien es determinante en muchos aspectos ya que no solo les permite descansar y escapar de sus perseguidores de Moria, sino que marca el principio del fin de la Compañía, anunciando su próxima disolución. Todos los personajes muestran la profunda huella que el paso por ese lugar y el contacto con la Dama les ha producido, aunque quizá el profundo impacto que deja en Gimli contribuye a que se aprecie menos el efecto en los demás.

Por último, cabe señalar que, añadido a su importante papel estructurador como profetisa y actante, Galadriel también acude al campo de batalla. Como se narra en los Apéndices, después de la caída de la Torre Oscura, Celeborn dirigió el ejército de Lórien, conquistaron Dol Guldur, y fue ella quien derribó los muros y dejó las mazmorras al descubierto.

«Mistress Lobelia» por John Howe

Y, dada la focalización del relato en los hobbits, cronistas de los sucesos, no debemos olvidarnos de mencionar el pequeño pero relevante papel desempeñado por la Lobelia Sacovilla-Bolsón. A pesar de ser la antipática prima de Bilbo, también es ella una de los pocos que se enfrenta a los rufianes que aterrorizan a los hobbits como secuaces de Zarquino, acabando con sus viejos huesos en la cárcel hasta su liberación durante el Saneamiento de La Comarca. Además, a su muerte, Lobelia muestra el único comportamiento positivo y desinteresado de toda su trayectoria: lega sus bienes a Frodo para que los emplee en ayudar a los hobbits que perdieron su hogar. De nuevo, se muestra que es más importante el rol desempeñado por los personajes en tiempos de paz, en la restauración del orden quebrantado por los conflictos.

Y con respecto a otros personajes secundarios, cabe señalar aquí a la parlanchina Ioreth de Las Casas de Curación de Gondor, personaje simpático que contribuye a dar color a la narración, además de ser la primera en reconocer al futuro rey por sus habilidades sanadoras y recordar la profecía. Supone una perfecta muestra de uno de los puestos imprescindibles durante el desarrollo de una contienda: el personal sanitario que se ocupa de los heridos en el combate. Como hemos podido apreciar a través de este análisis, los personajes femeninos de la obra de Tolkien no son ni pocos ni poco relevantes. Abarcan, además, todo el espectro social, desde los roles más tradicionales o accesorios de madres, esposas, amas de casa, enfermeras… hasta papeles preponderantes y diferentes al «tradicional»: reinas, guerreras y heroínas, que incluso triunfan donde los masculinos fracasan.

Tolkien muestra su gran respeto hacia sus personajes femeninos al no buscar convertirlas en hombres y en individualizarlas y caracterizarlas de forma diferente, con sus propias aspiraciones, sueños y metas. No intenta masculinizarlas porque en ningún momento considera que eso sea superior. Si bien es cierto que suele atribuirles diferentes esferas de influencia, reservando a estas últimas el cuidado del hogar, la conservación, la agricultura y la creación en general, mientras que los hombres suelen ser más nómadas y destacan, sobre todo, en la guerra. Considerar que, por esta razón, Tolkien sitúa a la mujer en inferioridad es ignorar por completo su ideología profundamente antibelicista y su afán conservacionista. Como señalan Donovan y Sanford: su actitud hacia la capacidad destructiva masculina es similar a la de las más feministas. Son los orcos, y las otras criaturas vinculadas al mal, los que disfrutan con los enfrentamientos y la destrucción. Por tanto, es significativo que los personajes femeninos, a pesar de participar de manera activa y directa en los conflictos bélicos, destacan más por sus labores en épocas de paz, dedicadas más a la protección que a la destrucción. El mensaje pacifista no solo se emite a través del parlamento de los actantes, sino que se encarna en el comportamiento y evolución de la mayoría de ellos: la guerra es un medio, nunca un fin.

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