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J. R. R. Tolkien, amateur

Por Rafael. J. Pascual y Helios De Rosario
University of Oxford y Universitat Politècnica de València

Cómo citar este artículo / How to cite this article: Pascual, Rafael J. y/and Helios De Rosario, «J. R. R. Tolkien, amateur», Sociedad Tolkien Española [website], 2021, https://www.sociedadtolkien.org/blog/2021/02/03/tolkien-amateur/, (fecha de acceso/accessed date).

 

El J. R. R. Tolkien medievalista es una figura inspiradora. En su día concitó la rendida admiración de muchos de sus colegas, y aun hoy sigue suponiendo para algunos un referente de erudición al que aspirar a parecerse. ¿Qué lo hizo tan especial? ¿Qué hacía que muchos de sus compañeros lo percibieran como alguien diferente, extraordinario? En su discurso de despedida de la Universidad de Oxford, pronunciado la tarde del viernes 5 de junio de 1959 en Merton College, Tolkien dijo:

 

For I suppose that, at any rate since the golden days long past when English studies were unorganized, a hobby and not a trade, few more amateurish persons can “by a set of curious circumstances” have been put in a professional position.[i]

 

Interesante. Un catedrático de reconocido prestigio, con varias décadas de servicio a sus espaldas, se despide de su profesión manifestando añoranza por los días en los que la disciplina estaba desorganizada y en que no había diferencia entre el mundo académico y el de los aficionados. Y, es más, ¡se define a sí mismo como amateur!

Aquella tarde de junio de hace más de sesenta años, cuando estas palabras eran pronunciadas, varias cejas se arquearon, incrédulas, en el paraninfo de Merton. Una vez concluido el acto, cuando muchos de los asistentes se sentaban a la mesa en las cenas colegiales que cada noche tienen lugar en la ciudad de las agujas de ensueño, más de una voz se hizo oír para manifestar la incomodidad (quizá, incluso, la indignación) que le había suscitado tan innecesaria provocación. Pues ¿qué otra cosa podía ser salvo una provocación? Debía de tratarse de un comentario dramático, sin fundamento, destinado tan solo a generar una reacción inmediata, y que difícilmente podía reflejar los verdaderos pensamientos de quien lo había pronunciado. ¿Acaso era creíble que un catedrático de Oxford (alguien que, según parámetros casi universalmente compartidos, había coronado la cumbre del éxito profesional) se rebajase a la categoría de mero amateur? ¡No podía hablar en serio!

Y, sin embargo, Tolkien hablaba en serio. Él siempre fue un amateur, como también lo fueron Ramón Menéndez Pidal o Heinrich Schliemann. Don Ramón, como acostumbra a ser llamado en ciertos círculos en los que todavía hoy se lo admira, enamorado de la literatura medieval hispánica, no encontró mejor manera de pasar su luna de miel que recorriendo junto a su esposa, María Goyri, el Camino del Cid. Durante su viaje, encontraron evidencia que corroboraba la pervivencia de la ancestral tradición épica castellana en el romancero. Schliemann, cautivado por la belleza de los poemas homéricos, que su padre le recitaba de niño, nunca cejó en su empeño de demostrar que los hechos referidos por el aedo, tradicionalmente considerados fabulosos, tenían en realidad una firme base histórica. Continuando la labor iniciada por Frank Calvert, Schliemann terminaría descubriendo los restos arqueológicos de la legendaria ciudad de Troya, en Hisarlik, Turquía.

Como ellos, Tolkien tuvo la fortuna de poder cultivar a lo largo de toda su vida una pasión que albergó desde la infancia. El niño fascinado a partes iguales por la gramática del gótico y por las hazañas de Sígurd matadragones creció y llegó a escribir el ensayo más iluminador jamás escrito sobre Beowulf (“Beowulf: Los monstruos y los críticos”, según algunos, el artículo humanístico más citado de todos los tiempos). Pero Tolkien, que captó como nadie la esencia de la literatura antigua y medieval, no se conformó con dictar conferencias y escribir ensayos sobre la misma. Movido por la creencia de que no hay mejor crítica literaria que la literatura misma, rumió, absorbió, elaboró, refundió y amplificó infinidad de motivos presentes en los autores que lo apasionaban, produciendo el resultado que ya todos conocemos.

En el cuadro de categorías que usa la mayoría de la gente, la obra más conocida de Tolkien se encuadraría más en el terreno literario o artístico que en el académico, pero esa diferenciación tenía menos significado para él que para los demás. Tolkien gustaba de emplear el arte como expresión intelectual donde lo esperable sería limitarse a sobrios análisis críticos; por ejemplo cuando compuso el poema del Regreso de Beorhtnoth para introducir un ensayo sobre el fragmento en inglés antiguo de La batalla de Maldon; o tomando una obra más conocida, cuando se le encargó escribir una introducción a un cuento de George McDonald y acabó produciendo El herrero de Wooton Mayor.

En el terreno lingüístico, la invención idiomas por parte de Tolkien obedece en parte al mismo impulso. Los primeros textos con descripciones y vocabulario de lo que sería el idioma de los elfos están escritos sobre notas de una creación lingüística anterior, que muestra con claridad cómo su impulso creativo y la pasión por los cuentos se imponía sobre otros ejercicios más mundanos. El gautisk, como Tolkien llamó a aquella lengua, era algo muy semejante a los “protoidiomas” reconstruidos por los lingüistas comparativistas para representar los antepasados perdidos de nuestras lenguas. En particular era una forma imaginativa de “protogermánico”, que podría pasar por antepasado de lenguas como el inglés antiguo, el alemán o los idiomas escandinavos, pero que al parecer compuso como diversión, quizá como lengua imaginada para el pueblo del legendario Beowulf, más que como experimento académico.

 

Sobre los mimbres de ese gautisk, sustituyendo las raíces germánicas por otras completamente inventadas, y alterando la fonología por otra más semejante al finés, Tolkien creó el quenya, su “lengua de las hadas”, en el que también quedaron algunas reminiscencias de su antecesor —como la palabra miruvor, procedente de una del gautisk que significaba “hidromiel dulce”—. Y cuando aquellas hadas crecieron y pasaron a ser los elfos de la mitología más grande de la Tierra Media, la creación lingüística también se amplió, dando cabida a toda una familia de lenguas élficas, que serían luego acompañadas del idioma secreto de los enanos, la terrible lengua negra de Sauron y los orcos, el oestron de los númenóreanos, y otros.

La abundante y maravillosa nomenclatura de personajes y lugares de la Tierra Media, las misteriosas inscripciones en mapas y dibujos que encontramos en El hobbit y El Señor de los Anillos, las frases en idiomas desconocidos que ocasionalmente aparecen en esta última novela…, todo eso no es más que la superficie de una prodigiosa creación lingüística, compuesta por un sofisticado entramado de lenguas imaginadas, con dos de ellas (el quenya de los altos elfos y el sindarin más empleado por los elfos de la Tierra Media) desarrolladas hasta niveles de detalle insospechados. Durante los cincuenta años que Tolkien estuvo construyendo y remodelando las narraciones, poemas y anales del Silmarillion, estuvo haciendo lo mismo con sus descripciones sobre las lenguas eldarin, de las que el quenya y el sindarin eran los exponentes más importantes. La naturaleza de esos textos resulta fascinante para cualquiera que los explore, al mismo tiempo que frustrante si se hace con el ánimo de aprender élfico, porque distan mucho de ser manuales descripciones pedagógicas de esas lenguas.

J.R.R. Tolkien (probablemente en la década de 1940)

Dando una vuelta más a la dimensión imaginativa de su invención lingüística, lo que Tolkien escribía sobre sus idiomas inventados solía tomar la forma de tratados lingüísticos escritos hace más de mil años por Ælfwine, un marinero inglés que arribó a la Isla Solitaria y allí aprendió las lenguas y las tradiciones de los elfos. En la mayoría de los casos, las descripciones que daba de las lenguas se hacían en torno a detalles históricos: cómo los sonidos originales del quendiano primitivo se combinaron y modificaron en las lenguas eldarin, la formación de palabras y partículas gramaticales a partir de las raíces primitivas, etc. A veces esas descripciones venían acompañadas de listas de vocabulario y tablas de declinaciones, conjugaciones y otras estructuras gramaticales, en unos pocos casos de gran extensión, que son la base de los libros, manuales, tutoriales y cursos sobre lenguas élficas creados por los entusiastas en la materia.

Las lenguas que Tolkien inventó en el contexto de su mundo secundario eran muy distintas de las amalgamas o variaciones de otras lenguas que se pueden encontrar en el gautisk que las precedió, el esperanto o la lengua “utopiana” de Thomas More, entre otras. En general, las palabras y la gramática de los idiomas élficos son irreconocibles en cualquier otra lengua. Pero no están sacadas de la nada, sino de las preferencias estético-lingüísticas de Tolkien, que este destiló en forma de patrones de sonidos y simbolismos fonéticos, a partir de los cuales construyó nuevas raíces y una historia. Así, el quenya con sus vocales alargadas, la relativa escasez de oclusivas sonoras como b o g, y un sofisticado sistema de declinaciones de los nombres, entre otras características, muestra claramente el interés de Tolkien por el finés, lengua que descubrió con el Kalevala, aunque también debe parte a su gusto por otras lenguas como el griego o incluso el español. Por otro lado el sindarin muestra una frecuencia mucho mayor de consonantes sonoras y fricativas, y unos patrones fonológicos, incluyendo las variaciones de consonantes y vocales como forma de expresar el plural o la relación sintáctica entre palabras, lo que recuerda enormemente a las características del galés, lengua de famosos mitos celtas del Mabinogion.

De este modo, Tolkien inventó lenguas que a la vez eran originales pero también pueden resultar familiares y evocadoras de mitologías tradicionales. Esta especial cualidad de sus idiomas inventados atrae a numerosos lectores a indagar en su naturaleza, desentrañar sus reglas, a menudo incluso a intentar aprenderlas y utilizarlas en juegos o creaciones propias. Y en muchos casos esta afición da lugar al nacimiento de nuevos amateurs, dedicados al estudio de las lenguas reales que inspiraron a Tolkien, o incluso a la investigación más compleja sobre la evolución de las lenguas, la lingüística comparativa y demás materias que están en la base de la construcción de esos idiomas, cerrando así el círculo de arte y conocimiento.

La palabra “amateur”, del francés, significa etimológicamente “amante”. Como Pidal y Schliemann, Tolkien era un amante de aquello a lo que se dedicó. Y fue ese amor, esa pasión, lo que lo llevó a rebasar, con creces, las expectativas profesionales depositadas en alguien como él, un mero académico. El gesto más generoso que tuvo Tolkien hacia las lenguas y la literatura que amaba fue crear bajo el influjo e inspiración de esta una de las obras de ficción más exitosas de nuestra época. En años venideros es muy probable que lectores de muy variados trasfondos lleguen a Beowulf más de la mano de El Señor de los Anillos que de la de su genial ensayo sobre el poema. Y no solo eso: son varios los medievalistas que reconocen entender mejor ciertos aspectos de la poesía anglosajona tras haber leído la obra de ficción de Tolkien. En efecto, no estamos hablando de un estudioso al uso. ¿Cómo no iba a ser admirado por la mayoría de sus colegas medievalistas y sus discípulos?

Tom Shippey, en su obra, ofrece valoraciones reveladoras sobre el Tolkien medievalista, y a la misma remitimos a quienes deseen saber más sobre el tema.[ii] En esta breve nota, que escribimos con motivo del trigésimo aniversario de la Sociedad Tolkien Española, nos gustaría centrarnos en un factor que, aunque es a menudo comentado de pasada o a título anecdótico, tiene en realidad especial relevancia en el presente contexto. Como es bien sabido, antes de cursar estudios de inglés, Tolkien cursó un año de latín y griego en la universidad (lenguas con las que además ya estaba íntimamente familiarizado, en gran parte gracias a los esfuerzos de su madre, Mabel). Sin estos conocimientos de latín y griego, y en particular sin la formación en filología grecolatina que recibió de Joseph Wright, Tolkien habría sido un profesional del inglés medieval muy diferente.

Marquette University Libraries, Milwaukee, Tolkien Mss-3/1/32, fol. 10v. © The Tolkien Estate Limited, 2018.

En comparación con el griego y el latín, que tienen tras de sí siglos de continuidad disciplinar ininterrumpida, el inglés medieval, y en general la filología germánica, es una rama de estudio relativamente joven (y lo era más en tiempos de Tolkien). Los elevados estándares de excelencia profesional que Tolkien mostró de manera consistente a lo largo de su carrera como medievalista (y, en particular, como crítico textual y editor) habrían sido imposibles de alcanzar de no haber tenido el majestuoso y venerable árbol de la filología clásica como referente.[iii] Que esto es así lo sugiere la siguiente cita, extraída de “The Oxford English School”, un ensayo publicado en 1930 en el que el catedrático Rawlinson y Bosworth de anglosajón expresaba su visión acerca del plan de estudios de la carrera:

 

It is possible to view the discipline which has Anglo-Saxon, Old Icelandic, and Middle English for its principal matter, as developing towards, or already developed into, a not unworthy offspring of classical discipline, approaching different matter in the same spirit. In such a line, at any rate, this side of the English School must proceed if it is to revive to useful life, looking to a future whose pride is not in numbers, but in the maintenance of the ancient tradition of scholarship and its application to the northern tongues.[iv]

 

En unos tiempos en que la enseñanza de las lenguas clásicas está en crisis, y dada la centralidad de estas en la formación y producción de nuestro autor, aprovechamos la oportunidad que nos brinda el escribir esta nota para reivindicar la defensa de los estudios clásicos como legítima, dignificadora y noble aspiración de las Sociedades Tolkien en todo el mundo, y en especial en el ámbito de la Romania. Sin la filología clásica, de la cual la filología germánica es un honorable retoño, aquel niño que gustaba de leer sobre Sígurd matadragones no se habría convertido en el gigante de la filología al que muchos admiramos y aspiramos a parecernos siquiera un poco. No permitamos que, por falta de oferta educativa, haya niños y jóvenes amateurs a los que se les prive de dedicarse a lo más útil y práctico: aquello por lo que se siente pasión.

 

[i] “Valedictory Address to the University of Oxford, 5 June 1959”, en J. R. R. Tolkien, scholar and storyteller: Essays in memoriam, ed. Mary Salu y Robert T Farrell (Cornell University Press, 1979), p. 16.

[ii] Véase, por ejemplo, El camino a la Tierra Media (Minotauro, 1999), o “Tolkien as editor”, en A companion to J. R. R. Tolkien, ed. Stuart Lee (Blackwell, 2014) pp. 41-55.

[iii] Para saber más sobre la deuda de nuestro autor con obras de la Antigüedad, véanse, por ejemplo, los ensayos sobre el tema de Myriam Librán Moreno o el volumen Tolkien and the Classics, ed. Roberto Arduini, Giampaolo Canzonieri y Claudio A. Testi (Walking Tree, 2019). Damos las gracias a Andoni Cossío por facilitarnos la referencia a este último volumen y a Francisco Javier Bran por su asesoramiento en diversos aspectos relativos a la redacción de esta nota.

[iv] “The Oxford English School”, The Oxford Magazine 48.21 (1930): 780.