Seguimos analizando la faceta de Tolkien como ilustrador, de la mano de María Jesús Lanzuela «Selerkála» con un nuevo artículo publicado en la revista ESTEL 79.
En esta ocasión vamos a dejar a un lado las acuarelas y los colores potentes que hasta ahora hemos visto en las ilustraciones de Tolkien, y nos vamos a ir al lado más sencillo y minimalista, pero también más misterioso. Vamos a analizar Rover llega a la luna, ilustración realizada por el Profesor para acompañar a su relato Roverandom, que presentó tras varias versiones a su editor tras haber sido publicado El Hobbit, pero que no pudo ver la luz hasta mucho tiempo después de su muerte, cuando Harper-Collins decide publicarlo en 1998.
Roverandom surge en 1925, cuando la familia Tolkien estaba de vacaciones en Filey, un pueblo costero de Yorkshire. Un día de aquellas vacaciones, Michael Tolkien, quien contaba sólo con cinco años, fue a dar un paseo con su padre y con su hermano John y perdió un juguete que le encantaba. Era una figura de plomo en forma de perro diminuto pintado en blanco y negro. El pobre Michael se llevó un disgusto enorme; y su padre, sabiendo lo importante que es para un niño perder el juguete favorito, decidió crear una historia sobre el perro y su desaparición, para poder consolar así a su querido hijo. Comenzó como un cuento oral esas mismas vacaciones, durante las cuales J.R.R.Tolkien haría también el primer dibujo para su historia.
Tolkien volvió a contar una nueva versión mejorada de la historia a sus hijos cuando en 1927 volvieron a veranear a la costa. Allí realizó los tres dibujos restantes para Roverandom ese mismo año. Además, su carta de Papa Noel del 27 contiene elementos relacionados claramente con este cuento. Fue durante aquellas vacaciones de navidad cuando Tolkien se decidiría a pasar el cuento al papel.
A finales de 1936, junto con otros cuentos infantiles, Tolkien envió a Allen & Unwin la cuarta y última versión de Roverandom. El 7 de enero de 1937 Rayner Unwin escribió a Tolkien para decirle que el cuento les gustaba, y que lo publicarían, pero ahora les urgía más ver completada la segunda parte de El Hobbit, que conoceríamos como El Señor de los Anillos, de modo que el cuento de Roverandom quedó en un cajón, esperando para ver la luz. Fue por fin en 1998, nada menos que 70 años después de haber sido escrito, cuando aquel cuento de vacaciones se transformó en un libro.
Aunque es una historia dirigida a los niños, creada por y para ellos, no hemos de olvidar la idea que Tolkien tenía sobre las historias que han de contarse a los más pequeños de la casa, y cómo se les debe tratar. Es por eso que a una historia de aventuras como ésta incorpora elementos de la mitología anglosajona (como el dragón blanco y el rojo), o las sagas nórdicas, o elementos de su propio legendarium.
Uno de los personajes que aparecen en el cuento, y que protagoniza nuestra ilustración, es El Hombre de la Luna, así como la torre donde vive. Ambos son mencionados tanto en El libro de los Cuentos Perdidos en El cuento del Sol y la Luna, como en el poema Por qué el Hombre de la Luna bajó demasiado pronto.
Y ahora os preguntaréis, ¿dónde está El hombre de la Luna en la ilustración? Y sonriendo os digo: Vamos por partes.
Ante nosotros tenemos una ilustración sencilla a primera vista, realizada con pluma y tinta monocolor sobre papel marfil. Me gusta imaginar a Tolkien frente a un montón de papeles, en silencio en su estudio vacacional, rasgando con la pluma entintada ese papel en blanco, mientras en su cabeza resuenan las aventuras del pequeño perrito, y cientos de nombres con sus pronunciaciones perfectas revoloteando en los pensamientos del Profesor, ahogando el sonido de la pluma contra el papel… Pero centrémonos en el dibujo, que me pongo a soñar y no acabamos.
La vista se dirige irremediablemente hacia el elemento dominante de la composición, la Torre de la Luna, que la vemos naciendo del agreste cortado, a cuyos pies observamos una serie de cráteres que dejan ver al fondo una cordillera montañosa. Es curioso que esta descripción figurativa del paisaje lunar no se corresponda con lo que luego nos describe Tolkien en el relato, pero ya sabemos que es fruto de las diversas versiones de la historia.
Las líneas del dibujo son finísimas, sin apenas sombreados, excepto en la zona de las rocas junto al cráter.
Parece que la composición de elementos acabe ahí, pero nada más lejos de la realidad. El título de la ilustración hace referencia a la llegada del perrito Rover a la Luna, y si os fijáis, lo podéis ver en la parte superior derecha llegando a lomos de la gaviota Mew. Y en lo alto de la torre, casi sin darnos cuenta de que estaba ahí, vemos al Hombre de la Luna, mirando cómo llega el cachorro, a través de su catalejo.
Este misterioso personaje aparece con su característico sombrero picudo y barba blanca, subido en lo más alto de la torre, de cuya punta sale un par de hilos de humo por la chimenea. Esto nos indica que esa posiblemente sea la habitación del Hombre de la Luna, desde la cual puede vigilar todo lo que sucede a su alrededor. Algo así como un Ojo de Sauron benévolo, si me permitís la osada comparación.
La línea del horizonte baja hace que la profundidad del espacio se abra ante los ojos del espectador, pese a tener sólo unas cuantas líneas del paisaje esbozadas. Es la magia de los dibujos sencillos a tinta. En este caso, y salvando las distancias, esta ilustración me recuerda a los dibujos sumi-e japoneses, realizados en tinta monocolor y en los que con simplemente un par de trazos se logra un efecto narrativo increíble.
Sencillez a simple vista, complejidad al profundizar. Esa es la esencia de Tolkien, tanto en sus dibujos como en sus historias. Y quizá sea eso lo que nos atrapa y nos hace revisitarlo una y otra vez, descubriendo siempre cosas nuevas.