La Gran Guerra en el Alma de Tolkien por Eduardo Segura. Artículo publicado originalmente en la revista ESTEL 82.
Tolkien y la Gran Guerra es quizá el mejor ensayo biográfico que se haya escrito hasta la fecha sobre el inventor de la Tierra Media. Quizá porque la biografía de Humphrey Carpenter otorgaba una visión de conjunto que ésta no puede aportar. Quizá porque le falta la visión detallista del estudio de José Manuel Ferrández sobre la influencia del Padre Morgan en la vida de los hermanos Tolkien. Con todo, la inserción de lo biográfico en el contexto de la hecatombe que supuso la Primera Guerra Mundial es la clave del arco para comprender, hasta donde eso es posible, los estragos que el odio puede hacer en el alma de un hombre, y contrastarlos con la paz y la esperanza que un ser humano magnánimo es capaz de conservar en su interior.
A pesar de que la traducción al español no es una edición crítica, el profesor Simonson y yo hemos procurado introducir las notas de los traductores allá donde se hacía imprescindible aclarar algunos aspectos clave para comprender la relación entre el contexto histórico preciso, y el microcosmos formado por la TCBS. Sea a causa de la falta de un conocimiento más preciso de la Primera Guerra Mundial, sea por el más habitual desconocimiento de la relación de aquellos terribles sucesos con la vida y la obra de John Ronald Tolkien, este ensayo se presenta a priori con una carencia para el lector: la de su perspectiva anglo-aliada en el contexto de países donde la Gran Guerra apenas tuvo una repercusión directa, como son los de habla hispana.
Asimismo, nos ha parecido pertinente dar razón de la traslación al español de algunos términos. ‘Old Edwardians’ se ha dejado en el original inglés. Se trata de un apodo que se aplica a los antiguos alumnos de la King Edward’s School, el colegio al que asistieron los miembros de la TCBS en Birmingham. Haber traducido la expresión por ‘antiguos eduardianos’ habría inducido al error y la confusión con el período de la historia y la cultura inglesas correspondiente al reinado de Eduardo VII, que se extiende desde 1901, tras la muerte de la reina Victoria, hasta 1910, o bien hasta 1914, según algunos historiadores (1). Por último, la alternativa ‘antiguos alumnos de la King Edward’s’ era una expresión demasiado rebuscada y ajena al estilo del autor de este ensayo.
Cuando aparecen juntos los nombres de Tolkien (u otra persona) y el de la esposa de aquél, Edith, la conjunción copulativa que empleamos es e. La razón es fonética: en inglés, la E- inicial del nombre ‘Edith’ se pronuncia como ‘i-’, por lo que la conjunción y habría resultado cacofónica, e.g., Tolkien y Edith, etcétera. Con todo, esta opinión fue desestimada en la edición final.
Faërie es, quizá, el término que más reflexión ha exigido. Su historia etimológica, así como su evolución semántica en el pensamiento y en la mitopoíesis tolkieniana, aconsejaban traducirla por ‘tierra de fantasía’ o, en otros contextos, simplemente Fantasía. A lo largo del libro se descubre de qué manera el propio Tolkien fue variando su visión respecto del papel de las hadas (fairies) y lo feérico en su mitología. De ahí que hayamos preferido referirnos a Faërie como un genérico país de Fantasía, una tierra donde lo élfico (en sentido tolkieniano) precedió a la eclosión de lo humano y lo prosaico. Faërie es, para Tolkien, el reino del asombro y el encantamiento, el ámbito utópico-ucrónico (atemporal) donde se desarrollan en su justa medida antropológica la lícita evasión del cautivo, la recuperación y el consuelo que es señal del deseo que no puede ser colmado por el estricto realismo. Faërie es a la magia lo que los idiomas inventados al alumbramiento de su mitología: su principio motor y su plenitud.
‘Freakish’ es el término con que Christopher Wiseman caracterizó las primeras composiciones poéticas narrativas de su Gran Gemelo. A Tolkien aquello le pareció no sólo una crítica molesta, sino un error de fondo de gran envergadura. De ahí que no hayamos traducido el concepto por ‘friki’ (término que, además, no existe en español), y que habría resultado un completo anacronismo en fondo y forma, sino por el mucho más adecuado: extravagante. Lo monstruoso en los estadios iniciales de la obra de Tolkien —la presencia de ‘freaks’, monstruos, en ella— no era lo que Wiseman rechazaba, sino la ausencia de un argumento que sirviese de columna vertebral a lo que se le antojaban invenciones a medio camino entre el viejo mundo feérico victoriano y georgiano, y el indudable aliento nuevo que latía en las composiciones de su amigo. La extravagancia era, a sus ojos, un error de estilo y una carencia mayor de sentido artístico para una mente feroz y brillantemente racionalista. Con todo, que la extravagancia llegase a buen puerto era cuestión de tiempo, como se narra en este libro.
‘Inniskilling’ es el nombre de una de las avenidas en las trincheras que conducían al Reducto Schwaben. Al tratarse del nombre táctico de un lugar estratégico no lo hemos traducido. Sin embargo, es un término de interesante y funesto significado; algo así como la ‘isla de la muerte’, del gaélico antiguo inis, ‘isla’. Las descripciones que Garth lleva a cabo de las terribles escaramuzas y del lugar mismo son tan plásticas, que hacen del nombre un caso de lúgubre isomorfismo con la realidad.
Por último, la aposición ‘craftsman’ aplicada a Fëanor, el más habilidoso de los orfebres, artistas o herreros elfos, ha sido traducida por ‘artífice’, y no por ‘artesano’, la elevada condición que Fëanor debería haber alcanzado. Su afán de posesión, sin embargo, auténtico talón de Aquiles de su raza, desencadenó la tragedia que marca la historia de los Noldor y, por extensión, de las edades de Arda. Los elfos, una raza de artistas puros, tienen en el universo tolkieniano la capacidad de embellecer la materia con la plenitud de sus potencialidades. De hecho, ése es el sentido de la magia en la obra de Tolkien, al poner en lo que hacen el pensamiento de lo que aman (cfr El Señor de los Anillos, «Adiós a Lórien»). La magia élfica es la realización de la plenitud del ser, en cuanto a la percepción del artista y a la del receptor. Cualquier intento de tergiversar la natural belleza de lo recibido de Ilúvatar para contenerlo y poseerlo —es decir, la cosificación del arte, y más incluso de la naturaleza— conlleva una perversión que no es sólo avaricia, sino exclusión de la contemplación de otros por medio de la codiciosa usurpación.
Tolkien y la Gran Guerra es un libro de largo recorrido, como El camino a la Tierra Media y un escueto puñado más. Las cicatrices que el terreno del Somme muestra cien años después son también visibles, cauterizadas pero tangibles, en cada página del imaginario tolkieniano, desde Gondolin a las aventuras de Egidio. Porque la sombra de la muerte está siempre con nosotros, aun cuando allende el Mar haya «algo más que recuerdos».
NOTAS: 1. Véase S. Hynes, Edwardian Turn Of Mind: First World War and English Culture, Pimlico, 1992